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La tensa celebración simultánea de Semana Santa, Purim y Ramadán en el kilómetro cuadrado de la Ciudad Vieja de un Jerusalén en guerra

Este es un lugar donde en ocasiones parece que el tiempo se haya detenido hace 2.000 años y en otras es un lugar en constante cambio

Ramadán, Semana Santa y Purim, festividades musulmana, cristiana y judía respectivamente coinciden en el calendario y se mezclan estos días en las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalén, un recinto amurallado con más de 3.700 años de historia donde se construyó el Templo de Salomón, del que hoy solo queda el Muro de las lamentaciones, pared que sostiene la Cúpula de la Roca desde donde Mahoma subió al cielo en una esplanada de la que Jesús expulsó a los mercaderes. Muy poco espacio para tanta historia.

El domingo de Ramos mientras los comerciantes árabes cierran sus tiendas al ponerse el sol para poder realizar su oración del atardecer y luego comer tras un día de ayuno debido al Ramadán a pocos metros una larga cola de jóvenes judíos disfrazados hacen cola en la Torre de David para entrar en una fiesta de Purim. Desde la calle resuena música electrónica y es inevitable que venga a la memoria el festival Nova en el que Hamas asesino a sangre fría a 42 jóvenes el 7 de octubre de 2023.

El centro de información cristiano frente a la Torre de David sigue abierto pero lo que debería ser un momento álgido del año con grupos de peregrinos interesándose sobre cómo llegar a la Vía Dolorosa o que puerta de la Ciudad Vieja es la que da acceso al huerto de Getsemaní a lospies del Monte de los Olivos se convierte en un local vacío con una amable guía dispuesta a acompañar personalmente a donde sea a cualquier peregrino que cruce el umbral de su puerta.

Entrando en la Ciudad Vieja por la Puerta de Jaffa, que da acceso a una zona de mayoría árabe que conduce hacia la basílica del Santo Sepulcro, pronto se ven muchos locales cerrados y más policía de lo habitual. La falta de turistas y peregrinos hace que abrir los puestos callejeros de especias, tallas religiosas de madera de olivo u otros souvenirs no sea rentable. En muchas esquinas dentro de las callejuelas rodeadas por las murallas de Saladino hay placas que recuerdan asesinatos de judíos, la mayoría de ellos por apuñalamiento, a manos de palestinos en momentos de máxima tensión como las intifadas.

La mayor presencia policial es justificada por Israel por su compromiso de garantizar que los musulmanes tengan acceso libre a la esplanada de las Mezquitas para rezar, especialmente en Ramadán, pero también quieren evitar los frecuentes intentos de atentado que, protagonizados por palestinos con pasaporte israelí, vienen produciéndose desde el 7 de octubre, fecha en la que Hamas invadió territorio israelí, asesino a 1.240 personas y secuestró a más de 200. Las encuestas señalan que una abrumadora mayoría palestina, tanto en Israel donde viven más de dos millones de palestinos con nacionalidad israelí como en Palestina, apoyan los ataques de Hamas del 7 de octubre y que creen que el grupo terrorista saldrá victorioso de esta guerra.

El poco tránsito de gente en las callejuelas empedradas hace más visible a la policía, especialmente los viernes de Ramadán en los que más de 100.000 palestinos, muchos de ellos procedentes de Cisjordania, al otro lado de la valla, se congregan en la esplanada de las mezquitas a la llamada del muecín.

El Patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, presidió los actos del domingo de Ramos con las tradicionales tres vueltas al Edículo como símbolo de los tres días que Jesucristo permaneció muerto en su interior. En la homilía dijo: «No importa que este año seamos pocos, es importante estar aquí, y gritar que tenemos un referente, Jesucristo». El patriarca se dirigió también a los peregrinos que esta Semana Santa no pudieron llegar a Jerusalén: “les esperamos -les dijo- no tengan miedo. !Vuelvan a Jerusalén y a Tierra Santa! Su presencia siempre es presencia de paz y necesitamos mucha paz.

En cualquier Semana Santa las 14 estaciones de la Vía Dolorosa son un ir y venir de grupos de peregrinos llegados de todo el mundo, muchos de ellos en viajes organizados por parroquias españolas, que cantan entre estación y estación y rezan en cada una de ellas. Las nueve primeras discurren por la Vía Dolorosa y las cinco últimas dentro de la Basílica del Santo Sepulcro.

La Basílica es un edificio una y otra vez reformado a lo largo de los siglos desde la época bizantina. Dentro del edificio conviven tres símbolos de la cristiandad bajo un mismo techo: la piedra de la unción, el Gólgota y el Santa Sepulcro. Habitualmente una muchedumbre se agolpa a la entrada donde tras cruzar el umbral está la piedra de la unción donde la Virgen María preparo el cuerpo de Jesús para ser enterrado tras su crucifixión. A la derecha unas escaleras, muy empinadas, dan acceso al Gólgota donde los peregrinos puede tocar con su mano la roca sobre la que estaba clavada la Santa Cruz.

A la izquierda de la Basílica está el Santo Sepulcro. Todos los días del año hay que guardar una larga cola dirigida por monjes ortodoxos griegos pero estos días, con Israel sin turismo, se puede acceder al interior del Sepulcro sin espera alguna.

Las diversas confesiones cristianas titulares del Santa Sepulcro se han puesto de acuerdo estos días, cosa nada fácil, para realizar obras de mantenimiento en el interior del templo aprovechando la falta de peregrinos. El ambiente de recogimiento y proximidad a Dios que facilita la falta de peregrinos solo se ve alterada por el ruido de sierras, taladradoras y martillos.

La Ciudad Vieja de Jerusalén es un lugar donde en ocasiones parece que el tiempo se haya detenido hace 2.000 años y en otras es un lugar en constante cambio. La zona judía, siempre en expansión, en detrimento de la parte cristiana y del barrio armenio, es donde paradójicamente se ha visto menos alterada la vida desde que empezó la guerra. Los ultraortodoxos, siempre andando con paso acelerado, se siguen dirigiendo diariamente al Muro y a las Yeshivas, escuelas rabínicas, como si nada sucediera, no obstante están exentos de servir en el ejército israelí, privilegio que estos días está generando fuertes tensiones en el ejecutivo presidido por Netanyahu.

Paseando por las calles del barrio judío, adyacentes al Cardo, acaso, se puede ser consciente de la guerra que vive el país por que en muchas esquinas y puertas de comercios hay carteles con la leyenda Bring back home y fotografías de los secuestrados por Hamas así como infinidad de banderas israelís de las que los ultraortodoxos no son muy fans en circunstancias normales.

Israel vive la Semana Santa más tensa de las últimas décadas y con poca expectativa de que la guerra termine pronto. La opinión pública mundial tiene sus ojos puestos en Gaza, al sur de Israel pero los israelís saben que están librando una guerra en tres frentes a la vez, el de Gaza, el de Cisjordania con especial tensión en Hebrón y Jenín y en la frontera norte con el Líbano y Siria donde Hezbollah, el grupo terrorista armado por Irán y el régimen sirio se muestra cada vez más activo lanzando cohetes sobre territorio israelí lo que ha llevado al gobierno de Netanyahu a evacuar a más de 60.000 personas ahora residentes, provisionalmente, en los hoteles a las orillas del cálido Mar Rojo donde son también acosados por los bombardeos Hutíes desde el Yemen.

La opinión pública israelí está unida en la adversidad y con la convicción de que la guerra no puede terminar hasta que Hamas haya sido destruida y los rehenes hayan vuelto a casa pero esa convicción no es un apoyo cerrado a Netanyahu, quien hundido en las encuestas al ser considerado responsable del fallo de seguridad que permitió el ataque despiadado de Hamas, parece tener difícil su supervivencia al frente del gobierno pero en la tierra de los milagros Netanyahu ha sobrevivido ya a otras mil crisis hasta convertirse en el premier más longevo de la historia contemporánea de Israel aunque ninguna de las crisis anteriores reviste la gravedad de la actual donde Israel parece ser consciente de que en el resultado de esta guerra reside su supervivencia o su destrucción.