Cinco sacerdotes ante la muerte
«La unción de enfermos me resucitó y estoy irreconocible»
Numerosas personas que recibieron el sacramento refieren algunas historias sorprendentes
«¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor hará que se levante y, si hubiera cometido pecados, les serán perdonados». Lo escribió el apóstol Santiago hace dos mil años y la Iglesia lo sigue haciendo hoy.
Pero la unción de los enfermos, uno de los siete sacramentos de la Iglesia, no goza, en ocasiones, de «buena fama». Cuando los familiares ven llegar al sacerdote a la casa del moribundo, a veces «se asustan y manifiestan ciertas reservas», explica a El Debate Vicente Ruiz de Velasco, párroco de Liencres, Mortera y Boo de Piélagos, en Cantabria. «A ver si mi madre se va a asustar al verle y se piensa que se va a morir al darle la 'extremaunción'», le espetaron unos feligreses al ver al sacerdote, quien señala que «aún hay personas que denominan así a este sacramento de curación». Fue la propia madre la que había llamado al sacerdote para que acudiera a la clínica donde se encontraba hospitalizada. «Les expliqué en qué consistía la celebración y les invité a participar. La señora quedó atendida espiritualmente, que es lo que deseaba, y sus hijos, muy serenos y agradecidos, comprendieron bien lo que desconocían. Dios, que nunca se deja ganar en generosidad, supo providencialmente, dar a todos algo bueno», concluye el párroco.
El sacerdote Juan Pedro Ortuño, rector de la ermita de la Virgen del Puerto en Madrid, refiere una experiencia similar. «Hace unos años llevaba, con cierta frecuencia, la comunión a una enferma de cáncer. Cada cierto tiempo le administraba también la unción de enfermos. La recibía, junto con el viático, con mucha devoción y piedad», asegura Ortuño. «Conforme pasó el tiempo fue empeorando –prosigue–. En una ocasión que fui a visitarla, me abrió la puerta de su casa la hermana. Cuando le dije que iba a ver a la enferma, me dijo que sería mejor no molestarla para que no se asustara. Me sorprendió dicha respuesta. Estuvimos hablando un rato, hasta que, desde la habitación de la enferma se oyó con voz alta: 'Si es el sacerdote, que pase inmediatamente'. La hermana quedó sorprendida, y me invitó a pasar. Le administré la unción y el viático que, como nunca, los recibió con una alegría y una paz extraordinarias. Como está previsto, también recibió la indulgencia plenaria del Santo Padre… al día siguiente falleció». «La pregunta es: ¿por qué proyectamos nuestros frustraciones y nuestros miedos, en algunas ocasiones, impidiendo que otros reciban la infinita misericordia de Dios?», se interroga el sacerdote.
Con música de Manolo Escobar
«La verdad que, por desgracia, los sacerdotes no solemos tener mucho trabajo a la hora de administrar el sacramento de la unción de enfermos, porque hay un cierto miedo –sobre todo en los pueblos– a la hora de avisar al sacerdote para que el enfermo o el moribundo no se 'asuste'», corrobora Fernando Alcázar Martínez, religioso de los Esclavos de María y los Pobres en Alcuéscar (Cáceres). «No obstante, sí que hay familias cristianas que te llaman para administrar este sacramento tan importante para los cristianos», añade. Y refiere una hilarante anécdota que le sucedió en uno de los pueblos de Extremadura que atiende: «A un enfermo le ungí con el óleo las manos y rezamos por él. A los pocos minutos, mientras me despedía de la familia, abrió los ojos y se puso a cantar la canción de Manolo Escobar 'Mi carro me lo robaron'. Fue muy gracioso, porque todos pudimos comprobar cómo el sacramento de la unción da vida y les renueva la salud», recuerda el sacerdote.
Efectivamente, el propio catecismo de la Iglesia católica, en su número 1520, reconoce que la unción de enfermos puede incluso conllevar la curación de la enfermedad: «Esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf. Concilio de Florencia: DS 1325)».
José Juan Fresnillo, párroco de Santa María La Antigua de Vicálvaro, en Madrid, confirma esto con una sorprendente experiencia personal que le tocó presenciar. «Estaba en los primeros años de mi sacerdocio cuando recibí una llamada de una mujer que me pedía que acudiera a administrar la unción a su madre, porque estaba muy mal», explica el sacerdote. «Era una persona muy mayor y, efectivamente, estaba muy mal, y así se lo había confirmado el médico a la hija. Celebramos el sacramento de la unción y estuvimos charlando un rato sobre el momento que estaban viviendo, cómo su madre había acudido con regularidad a la parroquia, qué hacer al fallecer y demás. Nos despedimos y le dejé mi número de móvil para poder estar en contacto cuando falleciera, algo que esperaban ocurriera pronto», agrega.
«Me respondió ella misma»
«Pasaron unos días y no llamaron. Pensé en dejarlo pasar, pero la inquietud iba creciendo y, a la semana, les llamé por teléfono al domicilio para preguntar por la enferma. Mi sorpresa y admiración fue mayúscula cuando me respondió ella misma, que había ido el día anterior a misa, pero que no me dijo nada porque la esperaba su hija y que tenía pendiente llamarme. Le comenté que no la había reconocido y me respondió: 'Normal, padre, me vio que estaba muriéndome, pero la unción me resucitó y estoy irreconocible'. Dio gracias a Dios y yo con ella y nos vimos desde entonces con asiduidad hasta que falleció unos años más tarde, y recordábamos tanto ella y su hija como yo lo vivido. Al fallecer, aunque yo ya no estaba en esa parroquia, me llamó la hija para el entierro y el funeral», rememora.
Algo similar relata Alberto Raposo Gómez, párroco de San Sebastián Mártir en Arganda del Rey (Madrid). «Hace un tiempo, el médico nos llamó porque mi abuela estaba a punto de fallecer a las 3:30 de la madrugada. Pasé a la UCI y le di la unción de los enfermos. Al día siguiente, el médico no entendía la inexplicable mejoría de mi abuela. Se recuperó de aquella enfermedad y estuvo viviendo un año y medio más. El médico me buscó para pedirme explicaciones y me preguntó: '¿Qué has hecho tú cuando has visto a tu abuela?'».
En otra ocasión, Fernando Alcázar recuerda que «fui a administrarle el sacramento a una señora muy, muy cristiana. Estaban todos sus hijos alrededor de la cama, porque la mujer estaba ya muy malita; llevaba dos días muriéndose. Al segundo de administrarle la unción, aquella mujer dio un suspiro muy fuerte, como un ronquido, y moría en mis manos. La familia me dijo: 'Ha estado esperando a que usted llegase para morir'», relata el religioso.
«Hay también un señor que, en cinco momentos de su vida, ha estado muy malito. La familia siempre me han avisado para administrarle el sacramento de la unción, y todavía está vivo. Yo, siempre que lo veo, le digo: '¡Tienes siete vidas, como los gatos!'. Y él me responde: '¡Pues entonces me quedan dos!'», bromea Fernando Alcázar.