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Mar Dorrio

Entrevista | Influencer

Mar Dorrio: «Si un hijo siente la vocación, animémosle a que se entregue al Señor»

Ayudar a los hijos adolescentes a vivir «una segunda virginidad» o cómo elegir las batallas que merece la pena librar son algunos de los temas que trata en su último libro Adolescencia en clave de Dios

Más que por su formación como humanista, la autoridad de Mar Dorrio cada vez que habla de educación, familia o matrimonio descansa en su propia experiencia como madre de doce hijos. Además de colaborar con medios como Radio María o la revista Misión, su cuenta de Instagram @whynottwelve aglutina a más de 14.000 seguidores y le permite llevar a cabo una labor divulgativa que le ha valido el Premio Nacional a la Luchadora por la Familia 2023.

Ahora acaba de publicar su cuarto libro, Adolescencia en clave de Dios (editorial Nueva Eva), en el que da consejos precisos y cotidianos para padres. El día 8 lo presenta en la librería Neblí de Madrid.

–¿Acaso tienen los adolescentes de hoy unas dificultades para vivir la fe distintas de las que tuvieron sus padres?

–Nuestros adolescentes viven en una sociedad que, en temas de moral y de fe, es absolutamente diferente de la que vivieron sus padres. Antes, toda la sociedad iba más o menos en una misma dirección, como un Fuenteovejuna moral, y se consideraban buenas o malas casi las mismas cosas. A veces había temas que sentaban mal, pero todos íbamos más o menos en la misma dirección. Hoy hay temas de moral que se consideran obsoletos o que la sociedad ha pisoteado, e ir en contra de la mayoría siempre es difícil. Vivir la fe es uno de esos temas. Pero el adolescente es rebelde por naturaleza, y esa rebeldía de ir contra el sistema, de buscar lo proscrito, les puede llevar hoy de una forma más apasionada –que después habrá que canalizar– en dirección al cielo.

–Horarios de salir, hábitos de estudio, castigos… Sus 49 reflexiones breves abarcan ámbitos diferentes, que no tienen que ver de forma explícita con la transmisión de la fe. ¿Por qué no pone el acento en cuestiones más «piadosas»: rezar, ir a la parroquia, etc.?

–Lo de ir a la parroquia o rezar en casa aparece de soslayo en el libro. Porque lo importante es que los padres vean lo «rentable» que es que sus hijos estén cerca de Dios. Cuanto más tiempo pasa un adolescente cerca de Dios, más tiempo pasa en la calle de la alegría: va a ser un adolescente más feliz, y eso se notará en su día a día, no solo en los momentos de rezar. Nosotros queremos que el Señor les cale, que les llegue hasta el fondo. Porque si Él llega hasta el fondo, eso se notará en los estudios, en sus amistades, en el deporte, en las relaciones…

–Habla de las «familias de Mattel». ¿A qué se refiere?

–Son esas familias que nos imaginamos en sueños, como si fuésemos muñecos de esa marca de juguetes: inventándonos nuestra casita perfecta, nuestras mascotas, nuestros hijos maravillosos que cuando crezcan vendrán los domingos a comer todos juntos, con cenas en Navidad en las que no faltará nadie… Pero luego la vida nos lleva por otros derroteros y nos sorprende. El ejemplo de las familias de Mattel lo utilizo sobre todo para hablar de esa generosidad con que tenemos que recibir la sorpresa imprevista de tener un hijo que esté preparado para entregarse totalmente al Señor.

–No habla de oídas…

–No, yo sé de lo que hablo, porque tengo el enorme privilegio de tener un hijo numerario del Opus Dei. Le echo muchísimo de menos, pero estoy feliz de que haya elegido esa opción. La mejor versión de nuestras vidas es la que se parece más al plan que tiene Dios para nosotros. Por eso, si tenemos un hijo con vocación religiosa, queramos que sea un hombre feliz y no como ese joven rico del Evangelio que se fue triste. Y a pesar de que lo eches de menos o duela, a pesar de saber que la próxima Nochebuena que estemos todos juntos será la que pasemos todos juntos en el cielo, estoy satisfecha, plena y feliz. Tenemos que confiar más en los planes de Dios que en los nuestros, fiarnos más del sueño que Dios tiene para nuestra familia, y de no nuestros sueños de familia de Mattel. Ese «no tengáis miedo» que decía Juan Pablo II, también nos lo decía a los padres, para que abramos de par en par a Dios las puertas de nuestra casa, incluso de nuestras habitaciones, sin temer que el Señor entre en casa y les llame. Al contrario, si eso ocurre, pongámoselo fácil y animémosle a que se entregue al Señor, sin mirar atrás.

– ¿Qué recomienda a esos padres que están todo el día a la gresca con sus hijos adolescentes?

–Estrategia, estrategia y estrategia. No podemos estar tirando cañonazos todo el día. Tenemos que elegir nuestras batallas: en qué me voy a pelear y en qué no. También recuerdo un consejo del padre Fortea a los padres de familia: No os hagáis odiosos para vuestros hijos. Es decir, que cuando ves que la pelota no va a entrar, cuando ves que estás en un fuera de juego clarísimo, no insistamos. Busquemos el momento donde lo que le digamos, vaya a entrar a gol. Y si queremos dar en la diana, tenemos que rezar para que el Espíritu Santo nos sople el momento adecuado para intervenir.

– También se mete en un espinoso jardín de la moda femenina, diciendo que hoy es un tema tabú. ¿Por qué?

–Es que es un tema tabú en la calle, porque no puedes opinar y decir que algo es inapropiado en el atuendo de la mujer. Yo intento explicárselo a mis hijas, desde que son pequeñitas, en esa frase de Coco Chanel: «Viste elegante y verán a la mujer; viste ordinaria y solo verán el vestido». Tenemos que ser inteligentes y también ser conscientes de lo que provocamos. Cuando eran pequeños, si mis hijos sacaban un 10 en el examen, les decía que girasen la hoja para no provocar envidias, para que los compañeros de al lado no se sintiesen mal, para no enorgullecerse… Pues cuando nos vestimos, también tenemos que ser conscientes de lo que podemos provocar y evitar que surjan sentimientos negativos o sensaciones que le hagan mal a otra persona. Con la misma caridad con que giramos la hoja, podemos vestirnos por la mañana, para dar una imagen agradable y que ayude a hacer la vida de la gente un poquito mejor, sin intentar hacer daño a nadie. Una amiga mía, cuando tenía que ir al hospital a ver a su marido, se arreglaba más de lo habitual porque decía: soy lo único que va a ver además de la habitación. Con esa conciencia de hacer la vida más agradable a los demás es como nos tenemos que vestir. Haciendo honor a la belleza, pero intentando no provocar nada negativo.

–Relacionado con esto, habla de la «segunda virginidad». ¿Qué es y cómo podemos abordar este tema las familias?

–Hay que insistir a nuestros hijos, desde pequeños, en que no van a inventar ningún pecado nuevo: ya están todos inventados. Y por encima de todo: que todos pueden ser perdonados. Ningún error, ningún defecto, ninguna equivocación, ningún pecado te representa: puedes haber mentido y no eres un mentiroso; puedes haber metido la pata en tema de sexualidad, y no estás condenado a repetir ese error de nuevo. Si te has equivocado, rectificas la intención, volvemos a empezar, y borrón y cuenta nueva. Nuestros hijos adolescentes tienen que saber que hay una vuelta a casa, que nada de lo que hagan va a hacer que pierdan nuestro cariño, ni el del Señor. Después de un error podemos tener la reacción de Judas, que es la desesperación, o la reacción de Pedro, que es el arrepentimiento. Si nos sabemos perdonados, si sabemos que vamos a encontrar un abrazo amoroso de Padre, volveremos como Pedro. Si pensamos que hay pecados que no tienen reparación, volveremos como Judas y tiraremos la toalla, porque nos daremos por perdidos.

–También aborda el problema del suicidio entre adolescentes, y habla de casos que le son muy cercanos. ¿Cómo se trata este asunto «en clave de Dios», sin caer en el buenismo maniqueo?

–Las familias tenemos que mirar de frente el tema del suicidio adolescente, porque las estadísticas están disparadas. Y lo primero es que los padres sean muy conscientes de que, a partir de los 18 años, tú no puedes entrar con tu hijo en la consulta del médico, del psicólogo o del psiquiatra, si él no quiere. Así que, si tienes alguna sospecha o algo que te preocupa, antes de los 17 años es el momento de actuar. Porque los tratamientos funcionan, los antidepresivos muchas veces inhiben las tentativas de suicidio, y tenemos que tratar esto con seriedad y con un punto de alarma, conscientes de que a los 18 se nos va la potestad que nos permita ayudarlos a fondo. En este sentido, el libro es un semáforo en ámbar para que los padres estén alerta. Además, hay que diferenciar la enfermedad y su tratamiento, con la conciencia de que para la persona, esté sana o enferma, siempre va a estar Dios Padre con los brazos abiertísimos. Ser conscientes de eso es un mensaje de esperanza para tantas familias que están pasando por ese trance.