«Se sentó a la derecha de Dios»
Jesús no se va, se queda de un modo nuevo, en la eucaristía, en su Palabra, en los más pobres y en todo ser humano clavado en una cruz
Nadie es capaz de imaginarse a Jesucristo aburrido, sentado tranquilamente en un sillón unido a Dios Padre, observando el devenir de la humanidad sin interés ni compasión. No podemos creer que la Ascensión del Señor a los cielos signifique que se quita de en medio porque ya ha cumplido su misión y nos quiere dejar con poco más que un buen ejemplo y unas enseñanzas magnificas.
Que Jesús sea llevado al cielo significa que su naturaleza humana recibe toda la gloria y el honor que se merece, a la vez que desaparece de nuestra vista corporal para entrar en la visión de la fe. Jesús quiere que creamos en ÉI a través de sus enviados, a los que acompañan signos que confirman su origen sobrenatural. Jesús no se va, se queda de un modo nuevo, en la eucaristía, en su Palabra, en los más pobres y en todo ser humano clavado en una cruz. Es nuestra tarea buscar ahí a Cristo, encontrarle ahí y saberle amar porque Él nos ha amado primero. No creemos en un Dios que se desentiende del mundo; todo lo contrario, pues su tarea continúa en su cuerpo, que es la Iglesia, y en sus miembros, que somos nosotros.
La fiesta que mañana celebramos es el triunfo definitivo de Cristo sobre el misterio de la maldad, el dolor, la injusticia y la muerte, pues su victoria es nuestra victoria, su destino es nuestro destino, de tal manera que con su Ascensión nos llenamos de esperanza y confiamos, si cabe con más fuerza, en su presencia actual y en su poder.
Pues no creemos en Jesús como un personaje del pasado, sino como una persona del ahora, del presente. No creemos en Jesús como alguien que manda muchas cosas pero no mueve un dedo para ayudarnos a vivirlas. Jesús no es un dador de recetas para la vida, de tal modo que si las cumplimos nos irá bien. No. Creemos en Jesús que sigue a nuestro lado, desposado en fidelidad con nuestra suerte y destino. Creemos en Jesús como el compañero de camino que nos ilumina en cada instante, nos sostiene en nuestras flaquezas y nos alienta para llegar hasta el final. Mientras tanto, esperamos que llegue la gran promesa del Padre, el Espíritu Santo, que nos guiará hasta la verdad plena.