Fundado en 1910
Menú
Cerrar

Charlton Heston, caracterizado como Moisés en «Los diez mandamientos»

Escuela de verano

¿Cuándo surgió el Antiguo Testamento?

Este mes de agosto, El Debate te propone una Escuela de Curiosidades Bíblicas, que empieza, como no podía ser de otro modo, por el principio del principio de la Escritura: ¿en qué momento se escribió el Antiguo Testamento, y por qué recoge historias previas al origen de la escritura?

Desde que pasaron los primeros hechos de la humanidad hasta que se escribieron en la Biblia pasaron cientos de miles de años. Se estima que los textos más antiguos del Antiguo Testamento son del 1.300-1.400 antes de Cristo, mientras que, por ejemplo, los dos primeros seres humanos, lo que los científicos llaman la Eva mitocondrial y el Adán cromosómico, vivieron entre hace unos 120.000 y 148.000 años antes de Cristo.

Algunos estudios más recientes –que no hayan concitado el respaldo mayoritario de la comunidad científica aunque han sido recogidos incluso por el CSIC– exponen incluso que los primeros homo sapiens sapiens pudieron pisar la faz de la Tierra hace unos 300.000 años, y mientras Noé vivió, aproximadamente, en torno al 2.900 a. C., y Abraham nació sobre el 1.900 a. C., no hay textos bíblicos hasta, al menos, 500 años después. ¿Cómo pudieron, entonces, ser conocidos todos esos hechos que conforman los primeros libros del Antiguo Testamento?

El origen de la escritura

La respuesta pasa por los fértiles valles del Tigris y el Éufrates. Allí, en la antigua Mesopotamia, lo que hoy es Oriente Medio y que es cuna de la civilización occidental y también de la Biblia, surgió por primera vez la escritura, que se plasmaba en tablillas de arcilla.

El pueblo judío, redactor del Antiguo Testamento –cuyos libros comparten en su mayor parte con el cristianismo– tal vez dejó por escrito alguno de sus relatos en este modo primitivo de redacción. Sin embargo, como se trataba de un pueblo nómada, no podía ir cargando con el peso de tablas de arcilla por el desierto y encontraron el modo de mantener la historia de la revelación a través de la tradición oral.

La primera transmisión oral

En la transmisión de las historias, los hebreos eran unos maestros: al caer la tarde, las familias se reunían en sus tiendas y el padre recitaba las tradiciones de sus mayores a sus hijos, para que éstos se las repitieran de memoria a los suyos, generación tras generación. Su fama de narradores ha llegado hasta nuestros días, y se sabe que eran capaces de recitar libros enteros de memoria.

De hecho, uno de los grandes mandatos de Dios a Israel, el Shemá, retrata este modo de actuar en el libro del Deuteronomio: «Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado».

Moisés, el gran compilador

Pero entonces, ¿quién las puso por escrito? Aunque los exegetas no acaban de ponerse de acuerdo, la tradición cristiana y hebrea más antigua apunta a Moisés.

Él, que había sido educado en el palacio del faraón allá por el 1.300 a.C., habría sido el gran compilador de esas historias, que han llegado hasta nuestros días. Y no tanto porque partiesen de su puño y letra, sino porque habría sido él quién ordenó su redacción.

Así, el pueblo hebreo escribió por primera vez sus tradiciones en rollos de papiros, según el estilo de Egipto, mucho más fácil de transportar, leer y preservar en estuches cónicos. Todo ello atendiendo a una orden del Señor de ponerlo por escrito.

Un antiguo rollo de papiro

La tradición es anterior a la escritura

Además de permitir que la historia de la revelación haya llegado hasta nuestros días, este modo de redacción resulta hoy, si cabe, más que providencial. Entre otras cosas, porque indica que el Magisterio de la Iglesia sostiene desde los primeros tiempos una verdad que sólo a partir de la Reforma Protestante sería puesta en duda: la validez de la Tradición como fuente de la revelación de Dios, además de la propia Escritura.

El motivo es que la propia historia del Antiguo Testamento demuestra que la tradición oral fue anterior a la propia Biblia escrita. Y por ese motivo, tiene sentido que la Iglesia sostenga, como hace en el Catecismo, que la Escritura y la Tradición son las dos fuentes de la Revelación, porque la Palabra de Dios se ha ido revelando por escrito, y antes, de palabra.