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Jesús Monja y Jesús Pino con la bandera de Oropesa, Toledo, en la plaza de San Pedro

De Guadalupe a Roma y tres meses de caminata

Jesús Monja y Jesús Pino han completado un recorrido de 2.670 km en 109 días

Una imagen bastante típica española, especialmente en verano, es la de ver a miles de peregrinos que llegan a Santiago de Compostela para abrazar al apóstol después del largo camino recorrido. Lo que no es tan usual es que dos toledanos de 60 años lleguen a Roma en peregrinación desde el monasterio de la Virgen de Guadalupe, en Cáceres. En total, tres meses de caminata.

Los protagonistas de esta hazaña son Jesús Monja y Jesús Pino, naturales de Oropesa, Toledo. Jesús Pino, profesor de latín jubilado, y Jesús Monja, militar en reserva, decidieron peregrinar a pie hasta Roma desde el monasterio de la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, por la que tienen «una devoción especial». Jesús Monja cuenta para El Debate que uno de los motivos que les llevó a empezar esta aventura fue que «sentíamos la necesidad de profundizar en la fe», de la que, en cierta forma, se habían desligado un poco en los últimos años. Además, añadió, antes de empezar la peregrinación «fue fundamental el apoyo de nuestras mujeres».

Empezaron así el pasado 16 de abril a recorrer 2.670 km que concluyeron con su llegada a Roma el 6 de agosto. Esto se tradujo en 109 días de peregrinación con un total de 4 días de descanso. Los peregrinos crearon un canal de Telegram para poder ir contando su día a día a familiares y amigos, además de las impresiones y anécdotas que vivieron. En general, cuenta Monja, se sintieron muy protegidos y ayudados por Dios: «Hemos tenido muchísima ayuda de arriba: ni lesiones y un tiempo meteorológico muy bueno».

Los dos amigos en el Camino Real, que une el monasterio de Guadalupe con Madrid

Un padrenuestro antes de empezar

Monja y Pino se encaminaron hacía el monasterio de los Jerónimos en Madrid. Desde la capital, continuaron su ruta y aprovecharon para visitar diversos lugares de devoción mariana en España, como Zaragoza, donde veneraron a la Virgen del Pilar, o Cataluña, donde visitaron a la Virgen de Montserrat. Desde Manresa, siguieron el camino ignaciano hacia Francia, pasando por ciudades como Perpiñán, Narbona y Arles. Al llegar a Italia, continuaron por la milenaria vía Francigena que llega hasta la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.

«Nos ha servido mucho toda la gente que ha rezado por nosotros», añade emocionado el militar. Además, explica cómo los dos amigos, nada más pisar la calle antes de empezar cada día la ruta, «rezábamos un padrenuestro, en el que dábamos gracias por lo que habíamos encontrado el día anterior y para interceder por la etapa que nos tocaba hacer ese día».

Los dos peregrinos haciéndose un selfie junto a la imagen del apóstol san Pedro, dentro de la basílica del Vaticano

Durante su travesía, los peregrinos alternaban momentos de conversación, silencio y, en ocasiones, rezaban juntos el rosario. De hecho, al llegar a Roma y asistir a la audiencia del miércoles del Papa, tuvieron la oportunidad de tener una breve conversación con él, en la que Monja le pidió que le bendijera el rosario que había usado durante toda la peregrinación.

No les faltó, además, a su llegada a la Ciudad Eterna, acudir al sacramento de la confesión y recibir la comunión: «Nos hemos abierto mucho los dos», explica Jesús Monja a raíz de haber emprendido la mayor peregrinación que han hecho nunca.

Los peregrinos pudieron saludar al Papa personalmente en la audiencia

A lo largo de su viaje, Jesús Monja y Jesús Pino han aprendido valiosas lecciones sobre la alegría de una vida sencilla. Una de las anécdotas que más les impactó fue cuando, tras encontrar alojamiento para pasar una noche gracias a la ayuda de unas monjas, intentaron ofrecerles un donativo. Sin embargo, una de las monjas les respondió: «No os preocupéis, vosotros lo necesitáis más». Aunque ese pequeño donativo podría haberles sido útil, la generosidad de las monjas fue una de las muchas experiencias significativas que estos dos amigos toledanos vivieron durante su peregrinación. Son momentos como ese, en los que la frase «la meta está en el camino» cobra más sentido que nunca: no se trata de la gloria final, sino de encontrar la alegría en el presente.