Nennolina, la niña que murió de cáncer con 6 años y podría convertirse en la santa más joven de la historia
Le amputaron una pierna, pero el tumor se extendió por todo su cuerpo. Sin embargo, su amor y devoción por Jesús conmovieron a toda una generación y a tres Pontífices
Era un día cualquiera en Roma cuando una enfermera que trabajaba en un hospital quedó profundamente conmovida mientras ordenaba la habitación de una niña llamada Antonietta Meo, conocida como Nennolina. La pequeña tuvo una conversación con su padre que dejó una huella en la testigo. Después de acariciarla con ternura, él le preguntó: «¿Sientes mucho dolor?» Y ella, con serenidad, respondió: «Papá, el dolor es como la tela, cuanto más fuerte, más valor tiene». La enfermera que presenció el momento comentó: «Si no lo hubiese escuchado con mis propios oídos, no lo hubiera creído». Aunque solo tenía seis años, el cuerpo frágil de Nennolina luchaba contra un osteosarcoma agresivo.
A lo largo de sus apenas seis años y medio de vida, Nennolina, una niña romana, impactó profundamente a todos los que la conocieron y, posteriormente, a Pontífices como Pío XI, Pablo VI y Benedicto XVI. Este último destacó cómo, en su corta vida, alcanzó una altura espiritual que muchos tardan toda una vida en lograr: «Cada etapa de nuestra vida puede ser propicia para decidirse a amar en serio a Jesús y para seguirlo fielmente. En pocos años Nennolina alcanzó la cumbre de la perfección cristiana que todos estamos llamados a escalar; recorrió velozmente la 'autopista' que lleva a Jesús».
Un tumor y un amor que crecen
Antonietta nació el 15 de diciembre de 1930 en una familia acomodada de Roma. Vivía cerca de la basílica de Santa Cruz de Jerusalén, un lugar que marcaría profundamente su vida, ya que en este templo, donde se exhiben las reliquias de la Pasión de Cristo, sería bautizada y, siete años después, enterrada. Desde muy pequeña, mostraba una fe y una madurez que sorprendían a quienes la rodeaban.
A los tres años, en octubre de 1933, Nennolina fue inscrita en la guardería de las monjas, situada a pocos pasos de su casa. «Iba con entusiasmo», recuerda su hermana. «A menudo, mientras jugábamos juntas, decía: '¡En la escuela me divierto tanto, que hasta iría de noche!'». Se encariñó rápidamente con su maestra, y las monjas comentaban a su madre: «¡No hay quien la pare! Pero es muy despierta y aprende rápido. Es una niña madura para su edad».
Aún no había cumplido cinco años cuando sus padres notaron una hinchazón en su rodilla izquierda, que inicialmente supusieron era consecuencia de una caída. Tras varios diagnósticos erróneos, se le detectó un tumor en la rodilla. A pesar de la amputación de su pierna, el cáncer continuó extendiéndose a la cabeza, la mano, el pie, la garganta y la boca. Sin embargo, este sufrimiento no apagó su amor por Jesús, a quien le escribió cientos de cartas. En una de ellas le decía: «Jesús, ven pronto a mi corazón que yo te abrazaré muy fuerte y te besaré. Oh, Jesús, quiero que te quedes siempre en mi corazón».
Cada paso que da «es una palabra de amor»
A los seis años, con la ayuda de una prótesis, Antonietta asistía a la escuela y ofrecía a Cristo sus sufrimientos: «Cada paso que doy que sea una palabrita de amor», decía. A pesar de los dolores constantes, Nennolina no se quejaba. Incluso celebró el primer aniversario de su amputación con un almuerzo y una novena a la Virgen, agradeciendo la oportunidad de ofrecer su sufrimiento a Dios.
Aunque su cuerpo se deterioraba, su fe crecía día a día. A la edad de seis años y medio, Antonietta había recibido ya la Primera Comunión y la Confirmación, sacramentos adelantados debido a su delicado estado de salud. Durante su corta vida, escribió más de cien cartas dirigidas a Jesús, a la Virgen María y a varios santos, para luego dejarlas junto a una imagen del Niño Jesús, confiando en que él las leería mientras dormía.
Jesús, yo quiero estar contigo en el Calvario
Sus cartas, escritas con el lenguaje propio de una niña pero cargadas de profundidad espiritual, llegaron a conmover a figuras como Antonio Maria Montini, más tarde conocido como el Papa Pablo VI. Este, tras leer algunas de ellas, expresó como Dios, «obrando en las almas por las vías más misteriosas, concede a muchos penetrar, mediante la lectura de la vida de esta niña de menos de siete años, el misterio de esa sabiduría que se esconde a los soberbios y se revela a los pequeños».
El 2 de junio, Antonietta Meo, ya muy debilitada por su enfermedad, dictó su última carta desde la cama a su madre: «Querido Jesús Crucificado, yo te quiero tanto y te amo tanto. Yo quiero estar contigo en el Calvario». A pesar de un violento ataque de tos, insistió en continuar: «Querido Jesús, te quiero repetir que te quiero mucho, mucho». Días después, el profesor Milani, médico pontificio, la visitó y quedó impactado por su fortaleza frente al dolor. Al leer esa carta, decidió llevarla al Papa Pío XI. Conmovido por las palabras de Antonietta, el Santo Padre le envió una bendición especial, y a través de un delegado, expresó cuánto lo había tocado la profunda devoción de la niña.
A medida que su salud empeoraba, la pequeña Antonietta seguía ofreciendo sus dolores por los demás. «Jesús, dame almas», repetía en varias de sus cartas, mostrando una comprensión sorprendente del valor del sacrificio en la fe. Incluso en los momentos más críticos, cuando el cáncer había invadido gran parte de su cuerpo, continuaba rezando y escribiendo, pidiendo a su madre que siguiera transcribiendo sus pensamientos para Jesús.
El 3 de julio de 1937, tras una larga agonía, Antonietta pronunció sus últimas palabras: «Jesús, María, mamá, papá...». Murió a los seis años y medio, dejando tras de sí una huella imborrable de fe y entrega. Su funeral, celebrado en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, reunió a una multitud de personas que habían sido tocadas por su ejemplo.
Tras su muerte, la fama de santidad de Antonietta se extendió rápidamente por Italia y el mundo. Numerosas conversiones y testimonios de gracias obtenidas comenzaron a circular. En 2007, Benedicto XVI reconoció sus virtudes heroicas, colocándola en camino hacia la santidad. Si su proceso de beatificación llega a completarse, Nennolina se convertirá en la santa más joven no mártir de la Iglesia católica.