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Cátedra de Teología Joseph RatzingerDomingo Pacheco

¿Dios puede ser líquido? Creer sin puntos de referencia

El corazón del hombre sigue siendo el lugar por excelencia para vivir un encuentro auténticamente humano

A simple vista, puede parecer absurda la pregunta que da título a este artículo. Aunque, si el lector ha leído alguna descripción reciente sobre ciertas cuestiones sociales, probablemente haya visto este adjetivo referido a ellas. La divulgación de este término en el ámbito sociológico se la debemos a Zygmunt Bauman quien, a partir de las propiedades de este estado de la materia, propuso un análisis del tiempo y la sociedad en las que vivimos. Aquí no entramos a valorar la obra de Bauman aunque, evidentemente, ponemos en valor su iniciativa intelectual, porque nos preguntamos si es posible predicar este adjetivo acerca de Dios, lo que de suyo aparece como contradictorio.

Dios, comprendido como inmutable e invariable, en el que no hay cambio, aparece como la roca firme que constituye un punto de referencia seguro al que anclarse. Sin embargo, si nos quedamos con la liquidez como adjetivo que describe de manera efectiva al tiempo postmoderno, ¿Dios tiene lugar o se ha convertido en una reliquia de una época pasada, incapaz de dar una respuesta al hombre de hoy? Y más aún si pensamos en la imagen de Dios que existe en un mundo en el que el relativismo y el individualismo aparecen como notas características no uniformes de este estado líquido. Un relativismo que iguala cualquier concepción medianamente razonable en cuanto a su validez en cualquier ámbito, sea en referencia a Dios o a cualquier elemento susceptible de diversidad. Y un individualismo que constituye una invitación constante a mirar hacia uno mismo como hilo conductor de una vida bien vivida. No es fácil dar una respuesta, aunque no faltan propuestas.

Dios aparece como la roca firme que constituye un punto de referencia seguro al que anclarse

Curiosamente, en muy poco tiempo, dos pensadores de distinta índole y desde distintos puntos de partida han dado una respuesta muy similar que abre un camino a comprender esta cuestión. Higinio Marín, rector de la Universidad Cardenal Herrera CEU y profesor de antropología, en un encuentro con alumnos organizado por la Cátedra de Teología Joseph Ratzinger, invitaba a considerar el papel de la interioridad como punto de referencia que permite el encuentro interpersonal. En esta interioridad, el corazón juega un papel fundamental, puesto que da permanencia a lo propio de la interioridad y actúa como punto de referencia. De ahí la invitación a considerar la interioridad como ancla en el vaivén entre relaciones y vivencias.

Días después de este encuentro, tiene lugar la publicación de Dilexit nos, la última encíclica del Papa Francisco acerca del amor humano y divino del corazón de Jesucristo. En ella, el pontífice afirma que «en este mundo líquido es necesario hablar del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones» (n. 9). El Papa aboga por retomar el papel de corazón como punto de referencia respecto de un tiempo líquido, accesible desde la interioridad en vistas a la relación interpersonal con los otros y con Dios. La consideración del corazón es condición de posibilidad para una auténtica relación con el otro, para poder amar y ser amado.

Ante la mutabilidad externa que se produce en unos tiempos líquidos, la interioridad sirve como punto de referencia a la hora de afirmar la propia identidad

No es casual que ambos pensadores, desde ámbitos distintos y con interlocutores diferentes, apelen a la interioridad y, en ella, al corazón, como respuesta a unos tiempos líquidos. Puesto que, ante la mutabilidad externa que se produce en unos tiempos líquidos, la interioridad sirve como punto de referencia a la hora de afirmar la propia identidad y establecer un relato coherente de la propia existencia. Ahora bien, en este relato, Dios siempre tiene algo que decir y sale a nuestro encuentro para dar coherencia interna y sentido al relato. Por muy extraños que sean los fragmentos del relato o dispares en sus planteamientos, lo que al individuo se le hace una ardua tarea para darle coherencia, para Dios es la manifestación de su propio ser en la persona abierta a la relación con el otro. Sin embargo, la consideración de la interioridad y, en ella, del lugar del corazón, es condición de posibilidad para que Dios dé coherencia al relato, o para incorporar otros personajes que hagan al «protagonista» descentrarse de sí mismo. Dios no cambia con el paso del tiempo y la variación de las circunstancias, aunque sí puedan hacerlo las vías oportunas para acceder a Él. Y hoy, necesitamos considerar el papel de la interioridad y del corazón para tener un punto de referencia que abra la vida personal al encuentro más allá de uno mismo.

Por todo esto, a nuestra pregunta inicial, debemos responder que, a pesar de aceptar que vivimos en tiempos líquidos, siguiendo el símil de Bauman, los puntos de referencia no han desaparecido, aunque haya algunos puntos de referencia tradicionales que hayan parecido ganar en plasticidad. El corazón del hombre sigue siendo el lugar por excelencia para vivir un encuentro auténticamente humano y para descubrir en él lo que ya «confesó» San Agustín: el Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos; «interior intimo meo et superior summo meo» (Confesiones, III, 6, 11).