La imagen de la Catedral de Notre Dame de París envuelta en llamas se grabó en la retina de fieles cristianos y ciudadanos de todo el mundo el 15 de abril de 2019. El mundo lamentaba la pérdida de uno de los más grandes monumentos históricos y artísticos, y un polo espiritual de primer orden.
Si las imágenes construyen símbolos, la destrucción de la que, tal vez (y con permiso de San Pedro del Vaticano) sea el templo más emblemático de Europa se interpretó casi como el signo del fin de los tiempos. O al menos como una metáfora de la crisis de valores de una sociedad occidental que parece haber renunciado a Dios para entregarse en brazos de toda clase de placeres divinizados.
Siguiendo esa lógica, la reapertura tan solo cinco años después del desastre de una Notre Dame restaurada, renovada y esplendorosa, que recupera toda su opulencia, su misticismo y su poderío espiritual, no puede más que interpretarse como un símbolo de la fortaleza de esa Europa cristiana que se niega a renunciar a sus raíces, que se niega a dejar de ser ella misma.
Notre Dame reabre sus puertas y la noticia no puede más que alegrar a una Europa y a un occidente, huérfanos de valores arraigados en la fe a los que agarrarse en tiempos turbulentos.
«Venid a mí quienes estáis cansados y agobiados»: las palabras evangélicas de Cristo parecen resonar en los muros, columnas bóvedas y arcos ojivales de una Notre Dame que luce como nunca.
Notre Dame resurge de sus cenizas este sábado 7 de diciembre con un rito de reapertura de puertas en el que el arzobispo de París, Mons. Laurent Ulrich, golpeará con su báculo la puerta cerrada de la catedral.
A la ceremonia asistirá el Presidente de la República, Emmanuel Macron, cerca de 170 obispos, representantes de 106 parroquias francesas y autoridades civiles (entre ellas, Donald Trump) y religiosas de Francia y de todo el mundo.
No estará presente, sin embargo, el Papa Francisco, que viajará poco después a la isla de Córcega. La ausencia Pontificia ha desatado toda clase de rumores: que si el Papa está molesto por la ceremonia blasfema de los Juegos Olímpicos de París donde se ridiculizó la Última Cena, que si es una forma de rechazar la inclusión del aborto como derecho en la Constitución Francesa…
Lo cierto es que el sábado 7 de diciembre el Papa preside en Roma el Consistorio de creación de nuevos cardenales y el domingo continúan los actos vinculados al evento, lo que obliga al Papa a permanecer en la Santa Sede.
Al día siguiente, domingo 8 de diciembre, el arzobispo presidirá una Misa solemne en la que se consagrará el altar mayor. Tras la Misa, Notre Dame volverá a estar abierta al público.
Durante estos años de difícil reconstrucción se han cerrado las bóvedas sobre el crucero derrumbado en el incendio. Se han reconstruido, siguiendo las técnicas constructivas y materiales originales de la Edad Media, los tejados, y se ha vuelto a levantar la aguja decimonónica que daba a la sede arzobispal parisina su característico aspecto exterior.
Además, la catedral recupera sus campanas restauradas y renueva su presbiterio con un nuevo altar alineado en el eje de la nave central de la catedral con la pila bautismal.
Se trata de elementos en los que se ha tratado de aunar la tradición religiosa, con las indicaciones dadas en los documentos del Concilio Vaticano II sobre los elementos litúrgicos, y con la modernidad.
El resultado es de una austeridad que ya ha chocado en algunas personas, pero que está en plena consonancia con la espiritualidad católica y con las prioridades pastorales de la Iglesia renovada en el Vaticano II.
Y como la reapertura de Notre Dame es un acontecimiento donde lo simbólico jugará un papel nada desdeñable, centrémonos en algunos de sus símbolos.
Para empezar, las campanas, quizás el aspecto físico con el que más se identifica un templo cristiano. Las recuperadas campanas de Notre Dame son ocho y llevan los nombres de Gabriel, Anne-Geneviève, Denis, Marcel, Étienne, Nenoit-Joseph, Maurice y Jean-Marie, todos ellos santos vinculados de un modo u otro con París y Francia.
Pesan entre 782 kilos la más pequeña y 4.162 kilos la más grande. Se retiraron tras el incendio para estabilizar los campanarios, seriamente afectados por el incendio, y someter las campanas a un proceso de limpieza y restauración, ya que también les afectó las elevadas temperaturas.
En cuanto al nuevo altar, albergará reliquias de santa Magdalena Sofía Barat, santa María Eugenia Milleret, santa Catalina Labouré, san Charles de Foucauld y el beato Vladimir Ghika, muy vinculados a la diócesis parisina.
La nueva aguja que coronaba el crucero de la Catedral, obra original del arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, reproduce fielmente la levantada en el siglo XIX y destruida durante el incendio de 2019.
El cuarto elemento simbólico, y religioso, y el más importante, es el nuevo relicario que custodiará las reliquias de la corona de espinas de la Crucifixión de Cristo. El nuevo relicario, en forma de disco dorado, situado en la girola, justo después del altar mayor de la Catedral, es obra del diseñador Jean-Charles de Castelbajac, y, como con el resto de nuevos elementos introducidos en la Catedral, busca la continuidad estilística y la finalidad espiritual y pastoral del templo.
Especial realizado por:
Redacción: Miguel Pérez Pichel. Diseño: David Díaz.