Fundado en 1910
Noches del sacromonte

¿Quién sostiene nuestra ausencia?

Tal vez en el futuro se revele el secreto escondido de todas las horas perdidas en autoconvencernos a nosotros –y a los demás– de que todo está «muy bien»

Tal vez en un futuro, más o menos lejano, cerremos el libro de instrucciones y el mundo, por fin, se abra de par en par como una mañana libre del peso macilento de los días. Y tal vez –un día– ese hombre que pretendemos ser cada uno de nosotros, sea libre y poderoso como el dios con el que se compara, y pueda volar ligero coronando las cumbres que se escondían entre las sombras de la niebla y la nostalgia. Tal vez. Quién sabe.

Tal vez, ese hombre nuevo imaginado y proyectado como una maquinaria incompleta, sea por fin el dueño del destino que ahora parece resbalarse siempre hacia delante: hacia la bruma oscura del «todavía no» y del recuerdo que actúa en nosotros como un imán. Y suceda, por fin, la imagen completa y nítida, o la síntesis del sueño que nos desvela cada noche. Tal vez.

Tal vez en el futuro descansemos, por fin, de ese dolor incomprensible que sale a flote al final de la tarde, y que tratamos de esconder bajo lecturas fracasadas; o se revele el secreto escondido de todas esas horas perdidas en autoconvencernos a nosotros –y a los demás– de que todo está «muy bien» o de que todo está «muy mal» según las circunstancias. Tal vez.

¿Qué hacemos con todo aquello que miramos distraídos y damos por descontado, como en aquellas asfixiantes habitaciones del confinamiento?

Mientras tanto, en ese punto ciego que es el «aquí y ahora», en el momento desperdiciado donde renace la llama inextinguible del presente, en un mundo que se ha vuelto un espejo sucio donde adoramos la única imagen de nuestro rostro, y ante el que nos afanamos dando forma a aquella imagen que se deshilacha como humo en el viento, ¿qué hacemos con el aburrimiento que se aparece como una muerte muda? ¿Y qué hacemos con las personas que dejamos atrás a pesar de nuestros buenos sentimientos? ¿Qué hacemos con el tiempo que ya, ahora mismo, como un relámpago de asombro se enciende, quiebra el cielo y después se disipa? ¿Qué hacemos con todo aquello que miramos distraídos y damos por descontado, como en aquellas asfixiantes habitaciones del confinamiento donde ya no bastaba con la decoración? ¿Qué hacemos mientras tanto con el peso de nuestro yo?

Tal vez en un futuro alcancemos la victoria que nuestros soldados de plomo no consiguieron alcanzar en la niñez. Y tal vez el pasado sólo sea una película antigua a la que se vuelve a voluntad para vivir y hacer más liviano el sentimiento de pérdida en el que parece desembocar todo. Tal vez consigamos aquello que nuestra palabra y nuestra acción ansiaba, remontando levemente la insatisfacción. Tal vez. Pero, mientras tanto, mientras vivimos proyectando, imaginando, teorizando y construyendo ese futuro con las ruinas del pasado, ¿Quién sostiene las columnas agrietadas del presente? ¿Quién sostiene los segundos consumidos por la palabrería y el ruido del afán? ¿Quién sostiene la realidad mientras nosotros nos ausentamos? ¿Quién sostiene como la mano de una madre nuestra ausencia? ¿Quién sostiene estos breves dos minutos de lectura en los que buscamos algo de compañía?