Lo que la memoria guarda
En un mundo desmemoriado es necesario hacer memoria. Es necesario recordar que hay muchas formas de afrontar la vida que plasman la belleza de la misma, aun con todas sus dificultades
Tengo por seguro que gracias a la memoria hemos sido capaces de mejorar, tanto personal como socialmente. Porque recordamos, podemos aprender de los errores del pasado y reproducir los aciertos. Porque tenemos memoria, y recuerdos, volvemos sobre hechos pasados para evaluarlos y aprender de ellos. Y otras veces no, pero casi siempre en estos casos, el resultado es mucho peor de lo que debería ser.
Además, la memoria, o más bien el hombre, es capaz de depurar, de saber qué recuerda y qué no. A veces no de manera consciente. No somos capaces de recordar el dolor, aunque recordemos qué nos ha dolido, y si ese dolor ha sido intenso o prácticamente poco más que una leve molestia. Pero no reproducimos el dolor físico. Y el emocional se va suavizando, por más que sea igualmente doloroso.
Y sin embargo la memoria es cada vez más denostada o se relega a ámbitos que son prácticamente irrelevantes. Es cierto que el desarrollo tecnológico hace que estén al alcance de nuestra mano y casi en cualquier momento todos los datos que queramos recabar. Sobre cualquier cosa. Sobre cualquier acontecimiento. Pero que podamos acceder a ellos no significa que los sepamos. Ni que formen parte de nuestro aprendizaje y de nuestro bagaje personal y social.
Más allá de las distintas teorías pedagógicas y educativas, la memoria sigue teniendo un papel fundamental en nuestra vida. O debería tenerlo.
Como somos como somos, humanos, la memoria guarda y atesora lo mejor de nuestra vida. A veces también lo peor, pero mayoritariamente lo mejor. Por eso un olor, un sabor, una imagen nos devuelven a momentos que hemos vivido y que han quedado atesorados en algún rincón y de repente irrumpen con una fuerza que ni podíamos imaginar.
Hay que crear recuerdos buenos. De las personas con las que hemos vivido, de nuestra familia, de lo que nos han contado y lo que nos ha marcado
Es necesario reivindicar esa memoria. La memoria buena, en cierto modo (solo en cierto modo) selectiva, que guarda, conserva y cuida todo lo que a lo largo de nuestra vida contribuye a formar nuestro carácter. La memoria que guarda nuestros buenos recuerdos, que hacen que reconozcamos el valor de las cosas, de las personas y de los hechos.
Ese es el valor de la memoria que hay que recuperar, que hay que cuidar y fomentar. La memoria también ayuda en la formación del criterio propio. Porque en lo que recoge, discrimina entre lo bueno y lo malo. Y si guarda muchas cosas buenas, el carácter y la personalidad será mejor, y si guarda otro tipo de cosas, será más agrio y peor. No porque no haya que recordarlas, que también nos hacen como somos, sino porque dependiendo de en qué centremos la memoria y los recuerdos nuestra personalidad y nuestro carácter variará.
Por eso hay que crear recuerdos buenos. De las personas con las que hemos vivido, de nuestra familia, de lo que nos han contado y lo que nos ha marcado. De lo que hemos disfrutado (y disfrutamos) con ellos. Recuerdos que hagan brotar una sonrisa cuando nos vienen a la mente. Y que nos hagan pensar que en realidad eso es lo que queremos en nuestras vidas y lo que queremos para nuestros hijos. Y por eso también hay que procurar crear recuerdos con ellos y para ellos.
Porque no se trata de fomentar una memoria nostálgica de tiempos pasados que no volverán. Se trata de utilizar todos los medios posibles, y sin duda también la memoria, para poner de manifiesto el valor de las cosas buenas. Y de las personas buenas. Y de la bondad de la familia.
En un mundo desmemoriado es necesario hacer memoria. Es necesario recordar que hay muchas formas de afrontar la vida que plasman la belleza de la misma, aun con todas sus dificultades. Recuperar todo lo que la memoria guarda, no solo para que no se quede perdido en un rincón, sino para vivir y para enseñar que el bien y la belleza y la Verdad forman parte de nuestra vida.
La familia, que es el hogar de tantas cosas, también lo es de la memoria. Ojalá sea capaz de seguir siendo el lugar privilegiado que produce y que atesora esa memoria. Y en grandísima medida depende de nosotros y de lo que transmitamos.
- Carmen Fernández de la Cigoña es directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia. Doctora en Derecho. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en la USP-CEU. Esposa y madre de tres hijos