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Cartas de la ribieraArmando Zerolo

No hay ningún partido católico

Los obispos nos recuerdan que no hay partidos políticos católicos, y menos mal que no los hay. Porque evitan la tentación de que algunos monten el «Partido de Dios»

No hay partidos políticos católicos, dicen, y creo que lo dicen con la gravedad del clérigo, y la picardía del seminarista. Creo que en el fondo se alegran de que no los haya. La Iglesia provoca, que es lo suyo. «Mi reino no es de este mundo» y «al César lo que es del César» es una provocación desde el otro mundo. Es lo que debe ser y por eso entiende que no hay partidos católicos, ni los habrá, ni debería haberlos. Es la afirmación de la dignidad especial de la política, con todas sus imperfecciones.

La Iglesia es crítica porque sabe del otro mundo, de lo radicalmente «otro». Es un contraste radical. Pero de la hipercrítica nace la conmiseración, no el escándalo. Porque sé que tu ideal de vida es infinito, te critico infinitamente, pero mi paciencia es también infinita, proporcional a la desproporción. Por eso la paciencia es la virtud cristiana, porque entiende que lo que separará el trigo de la cizaña no son nuestras prisas para despejar el campo. Hace falta el tiempo, amar el tiempo, comprometerse con el tiempo.

El problema, por tanto, no es la crítica, sino la condena. Condenan los que se escandalizan ante lo imperfecto. Este es el gran mal político de nuestro tiempo, el que ha dejado en la cuneta a algunos partidos que prometían tanto. A los que solo fallaron en una cosa: eran demasiado buenos como para comprometerse con el sistema. Pactar es de plebeyos. Es también la raíz del populismo. Del que condena el sistema y la sociedad sin paliativos. Ahí quedan, subidos en su columna, predicando contra el mundo, en lugar de discutir en la plaza pública.

Pero los políticos no son obispos, ni los obispos son políticos. Los políticos deben comprometerse con lo posible, y los obispos recordar lo imposible. No es escándalo que un obispo diga que no hay partidos católicos porque es verdad para ellos. El escándalo es que los políticos se vuelvan predicadores.

Comprometerse con el mundo tal y como está no es pecado. Que Dios se hiciese hombre es mucho más absurdo, más radical y provocador, que un católico se haga de un partido político. ¿Acaso no hay mayor solidaridad con lo imperfecto que hacerse carne? ¿No fue ese el encuentro histórico que más escandalizó a los antiguos, y con razón? ¿Cómo es posible que lo más perfecto se haga tan imperfecto? No hay que tener miedo a comprometerse con lo imperfecto, esa es la historia.

Y la historia corre porque hay una tensión. Los obispos nos recuerdan que no hay partidos políticos católicos, y menos mal que no los hay. Menos mal porque evitan la tentación de que algunos monten el «Partido de Dios». Unos en su nombre, y otros en su carne. Unos, porque en su pureza odian la política. Los otros, porque no aceptan más crítica que la suya. Basta ver la reacción de la izquierda andaluza para ver que, al final, les molesta que alguien les recuerde que los principios también son importantes. Les molesta que un cura les recuerde la justicia social, o la dignidad de la vida. En realidad les molesta no ser ellos el cuerpo místico, la verdad eterna y la autoridad moral.

Menos mal que no hay partidos políticos católicos, es la mejor garantía contra el puritanismo patriótico. Lo que hace falta es que haya católicos en todos (o casi todos) los partidos.