Fundado en 1910
cartas de la ribieraArmando Zerolo

Boris Johnson subcontrata la caridad

Deja fuera de su nación aquello que la hizo grande en la historia. Sus ensoñaciones nacionalistas le impiden ver que el Reino Unido no es una isla, sino camino, puerto y posada

Boris Johnson ha tenido una ocurrencia, ha decidido subcontratar la caridad. Que sí, que ellos pagan, pero los refugiados se los come Ruanda.

Es una ocurrencia propia de un niño gamberro, de cuando los niños eran niños, jugaban con piedras y palos, y todavía no habían sido rescatados de la barbarie. Y es que cuando Johnson tiene ideas se le pone cara de arrancar el rabo a las lagartijas y quemar hormigas con una lupa. En realidad Johnson siempre ha sido Boris, el niño malcriado y con pelos de adolescente inadaptado que sabes que antes o después te la va liar.

A Boris se le ha ocurrido que ellos, los británicos, van a ser los que más refugiados acojan, los más solidarios, los que dirán que sí al que se lo pida, y que los mandarán a Ruanda, donde les ha preparado un lugar idílico. Ha pensado pagar al país centroafricano para que les monte unos campos de refugiados y que los pakis que pidan asilo en el Reino Unido puedan sentirse en Ruanda como en casa.

Dice el primer ministro que lo hace por «criterios humanitarios». Será que, como ha hecho muchos viajes de fin de curso, conoce mundo y sabe que el centro de África es mejor que el Reino Unido. Su humanitarismo le hará pensar que su isla es cuna de inmigrantes porque es difícil ir más lejos, porque si no nadie se quedaría allí. Es el culo de Europa, un callejón sin salida, el último destino indeseado. Será que en realidad los inmigrantes quieren ir al centro de África de safari, pero se han perdido por el camino. Que van buscando tardes de oro, tierras fértiles, llanuras infinitas, ninfas de ébano y lagos como océanos.

Boris pensará que África es el destino soñado por los refugiados, el paraíso perdido, el corazón del mundo, y por eso, porque es humanitario, porque es «faro de la apertura y la generosidad», decide sacrificar a los ingleses y que sean ellos los que sufran en la isla inhabitable, mientras generosamente envía a los demás al paraíso africano.

Boris no quiere que a los refugiados les pase como a los anglos y a los sajones, que allá por el siglo V, cuando salieron de Germania, se equivocaron de ruta, y en lugar de ir hacia el sur, fueron al oeste. Ocuparon el espacio que los romanos dejaron vacío, en lugar de fundar el reino anglosajón en África, y allí se quedaron muertos del asco. ¡Qué ocasión perdida de haber fundado una África anglosajona!

Boris sueña con Arcadia y, cuando manda a los refugiados a un campo en Ruanda, en realidad está convirtiendo a Inglaterra en un refugio de nacionalistas.

Deja fuera de su nación aquello que la hizo grande en la historia. Sus ensoñaciones nacionalistas le impiden ver que el Reino Unido no es una isla, sino camino, puerto y posada. Que tres de las cuatro señas identitarias de la nación inglesa son prestadas. Que a la cultura celta se le sumaron la romanización, los anglos y sajones, y el cristianismo. Y que a este último le debe los edificios de piedra, las catedrales, las plazas públicas y las Universidades, fundadas sobre la roca de la caridad, la acogida y la universalidad.

El cristianismo cruzó el Canal para anunciarles una verdad que les curaría del tribalismo y la barbarie, y ahora lo expulsa montado en un avión camino de Ruanda. Bien, que así sea, y que la civilización resurja allí donde viven los excluidos. Así ha sido siempre, y así volverá a ser.

Boris, el Canal de la Mancha no es una cloaca, es vuestro cordón umbilical.