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Animal de AzoteaJosé María Contreras Espuny

Fijémonos en las aves del cielo y no tanto en los conejos

Ser católico tiene algo que ver con Jesucristo. Eso está claro. Pero lo mismo podríamos decir de los archipiélagos luteranos, los ortodoxos o los menonitas. Una posible diferencia es que los católicos, dicen los protestantes, son papistas: creemos que el sumo pontífice es el sucesor de Pedro y que, cuando escribe ex cathedra, hay que obedecerlo porque puede cometer una errata, pero jamás un error. No obstante, vivimos tiempos confusos al respecto y hay quien ve en el Papa Francisco indicios de apostasía. Tanto es así que si hubiera un complot contra él, los primeros sospechosos serían los masones, por supuesto, pero acto seguido habría que investigar a los papistas más recalcitrantes.

En tiempos de san Juan Pablo II y aun de Benedicto XVI, la cosa estaba más clara. Lo del catolicismo era una cuestión de sí o no, una cuestión de vida y de muerte, sobre todo de vida. Las familias crecían, se multiplicaban y escandalizaban a una sociedad que empezaba a racanear los nacimientos. Entonces llegó Francisco y recordó que podíamos fijarnos en las aves del cielo y en los lirios del campo, pero no tanto en los conejos. Había en sus palabras un intento por superar una etapa en que el catecismo parecía limitarse a las restricciones de alcoba. A ojos paganos podía parecer que la catolicidad consistía, principalmente, en anatemas contra el látex y en el método Ogino, que te hace contar los días como los malos poetas cuentan las sílabas. Supongo que el papa quiere evitar que lo secundario eclipse lo fundamental, y está bien. Además, en lo de infringir el sexto mandamiento, los chavales han pasado a otro nivel, a uno que ya apenas tiene que ver con la anticoncepción.

A diferencia del protestantismo, el catolicismo tiende al exterior, lo que conlleva una misión social que fácilmente repercute en la política. Pero también aquí las aguas se enturbian. Una línea roja de toda la vida para los creyentes era el aborto. Ahora no parece haber mayor problema si con ello aupamos a políticos que sepan gestionar como Dios manda. Para mayor confusión, nuestros correligionarios estadounidenses se han dividido estos días a propósito de la derogación de la sentencia Roe vs. Wade. Hay allí católicos que la lloran, católicos que la celebran, incluso católicos que ni una cosa ni otra porque sostienen que el aborto es inadmisible salvo que sea prontito, un aborto madrugador. Al final, cada cual con su conciencia, como los protestantes. Aunque debo decir que los evangelistas, de ascendencia protestante, en general se oponen al aborto en EE.UU. Un lío.

En nuestro país tampoco nos libramos de cierta confusión sobre lo que supone pertenecer a la Iglesia. A lo largo de la historia, España ha tenido mucho que decir en el catolicismo y el catolicismo en España, de modo que resulta difícil coger una de las guindas sin llevarse la otra; como si ser español, con énfasis en la ñ, fuese ser católico y viceversa. Uno se persigna y teme que se le aparezca el espíritu de don Pelayo. Te despistas un segundo y acabas con afanes derechosos, un tanto militaroides, y lanzando vivas a la cabra de la Legión, a la transubstanciación y a la Virgen María, todo a la vez.

Y la cabra desde luego no, pero la transubstanciación y la Virgen sí son condiciones indispensables del catolicismo. Lo pensaba este año en la procesión del Corpus. Pasaba Nuestra Señora de los Desamparados y luego una custodia, por supuesto barroca, con el verdadero Cuerpo de Cristo. Ahí estaba el tuétano. A su paso algunos católicos se arrodillaban. El resto estaba en la playa aprovechando el festivo, lo cual, si no directamente de anglicanos o luteranos, es sin duda de guiris; en cualquier caso, algo muy poco español.