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Santiago Huvelle

La aritmética del sexo

Hace cuarenta años, solo éramos mi esposa y yo. Ahora hay otros treinta y un seres humanos que no existirían si no fuera por nosotros. La proliferación va más allá de los meros números

Al comentar la práctica de la prostitución sagrada en clase, los ojos de los alumnos se abren de par en par, sin dar crédito. Es una respuesta instintiva y sana, pues basta detenerse a pensar en ello para –aún con todas las razones que se den y los excelsos símbolos con los que se quiera adornar la práctica– acabar concluyendo como Benedicto XVI que «las prostitutas que en el templo debían proporcionar el arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que sirven sólo como instrumentos para suscitar la 'locura divina': en realidad, no son diosas, sino personas humanas de las que se abusa» (Deus Caritas est, 4).

En cualquier caso, el ejemplo nos lleva a considerar la ritualización de la sexualidad, que no es sino la forma en que las sociedades han intentado ordenar y contener una fuerza telúrica y terrible, poderosa y amenazante. La sola idea de rodear la sexualidad con normas o encerrarla en aquella arcaizante institución matrimonial –como pretenden cristianos, musulmanes, judíos, hindúes y un largo etcétera–trueca sus perplejos e indignados rostros en el de sonrientes libertinos, convencidos de su punto de vista superior, condescendientes con las religiones y culturas que temen al poderoso Eros. No importa los ejemplos de los Weinstein, Epstein, de las manadas, de la pornografía infantil o el vecino voyerista que se masturba desde el quinto piso cuando ve que sales a colgar la ropa. El sexo no es peligroso, una vez lo hemos neutralizado, parecen pensar: es ante todo libre –no ata, no compromete– y una forma que tenemos de disfrutar de la vida. Incluso es una performance, una forma de autoafirmación necesaria en esta sociedad de consumidores febriles.

De hecho, es este último aspecto de exhibición y mercadeo narcisista del sexo lo que marca la pauta de la sabiduría sexual contemporánea. Todo se reduce a una aritmética del goce y el rendimiento sexual. A más placer, más intensidad, más duración, más sensaciones… más requerido seré, y más valor alcanzará en el mercado de la afirmación este precario ser mío y todos sus envoltorios protectores.

El desprecio burlón que generó la Encíclica Humanae Vitae es proporcional al cumplimiento de sus profecías. Los anticonceptivos liberaron al acto conyugal del aspecto procreativo, pero a costa de acabar también con el aspecto unitivo, dando hoy la paradoja de que el acto sexual en vez de unir separa y aísla. Y lleva inexorablemente al aburrimiento, como muestra burdamente la serie Californication (2007-2014) en la que el personaje que interpreta David Duchovny se acuesta con todo «quisqui» para olvidar que lo que realmente añora es a su exmujer, la menos despampanante de sus conquistas pero la única con la que llegó a la verdad del sexo o al sexo de verdad: es la madre de su única hija (aspecto procreativo) y la única persona con la que experimentó la desnudez radical (aspecto unitivo), que como bien muestra Enrique García-Máiquez en su poema Hijos de la mar, no se da de forma perfecta sino en el matrimonio.

Tal vez por todo esto me gustó tanto una aritmética del sexo muy distinta que leí días atrás, en la revista americana First Things, por indicación de @angelrui en Twitter. Allí, Peter J. Leithart hablaba de la prodigiosa vida sexual del monógamo y concluía:

«Hace cuarenta años, solo éramos mi esposa y yo. Ahora hay otros treinta y un seres humanos que no existirían si no fuera por nosotros. La proliferación va más allá de los meros números. Es una proliferación de proyectos, planes, aspiraciones, logros, dones y talentos; de cenas, fiestas, canciones; de enseñanza y aprendizaje, bromas y risas, conversaciones y debates, adoración y oraciones, pérdidas y lágrimas. Mi esposa y yo le hemos dado al mundo un abogado, un par de maestros, más de un escritor, un diseñador de juegos, un músico y un par de cineastas, un asistente ejecutivo que dirige una organización sin fines de lucro, un trabajador social, esposos y esposas, padres y madres, niños y niñas con planes y aspiraciones que se harán realidad mucho después de que mi esposa y yo nos hayamos ido» (traducción de Ángel Ruiz).

Tal vez convenga hablar de sexo, pero hablar de verdad y como ocurre cuando uno se pierde por el camino, alegrarnos de oír al GPS decir: Recalculando.