«Una cosa es la dulzura en la oración y otra es la visión que hay dentro de ella; y la segunda es más excelente que la primera, como lo es un adulto respecto de un niño. Hay un tiempo en que las palabras (de la oración) son dulces a la boca, y así repetimos sin descanso una sola palabra, sin saber cómo podríamos dejar esta recitación para acceder a otra plenitud. Pero hay un tiempo en que de la oración nace un tipo de contemplación que interrumpe incluso la oración de los labios; y quien gusta esta contemplación viene a ser como un cadáver sin alma, a causa del asombro. Es a esto a lo que llamamos visión durante la oración, y no una cierta imagen o forma figurada, como aseguran los necios. Y también en esta contemplación que está en la oración existen medidas y diferencias de dones, si bien hasta aquí se trata todavía de oración; el pensamiento, en efecto, no ha llegado aún más allá, alcanzando a aquello que será la »no-oración", que es más excelente que la oración, porque los movimientos de la lengua y del corazón en la plegaria son como llaves, pero lo que viene después de ellos es el ingreso en la casa del tesoro. Guarden entonces silencio todas las bocas, las lenguas, el corazón guardián de los pensamientos, el Intelecto que guía los sentidos y el pensamiento veloz como pájaro impúdico, con todos los medios y modos que hay en ellos, y que cesen aquí las súplicas, porque el amo de la casa viene a ella(...).
Cuando se ha sobrepasado este límite, el pensamiento no tiene ya oración, ni movimientos, ni lágrimas, ni poder, ni libertad, ni súplicas, ni deseo, ni ansiedad por nada de cuanto se espera en este mundo o en el futuro. Por tanto, después de la oración pura no se da ya oración, sino que todos sus movimientos y sus formas, con el poder de su libertad, conducen al pensamiento hasta aquí. Por eso, mientras hay oración hay lucha. Pero, más allá de este límite, hay asombro y no oración. De aquí en adelante cesa la oración y se da la visión, y el pensamiento ora sin orar".
Isaac de Nínive. El don de la humildad.