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CARTAS DE LA RIBIERAArmando Zerolo

Es memoria, no resentimiento

Cuando la memoria revive lo malo, y lo trae una y mil veces a la esfera pública, no es memoria, sino resentimiento, y es una patología moral

No lo llaméis memoria cuando, en el mejor de los casos, queréis decir justicia y, en la mayoría, es solo puro resentimiento.

La justicia es una virtud hermosa, la más hermosa de todas. La justicia es el deseo más humano, el más alto, el más compartido, que reside en el interior de todos y cada uno de nosotros, independientemente de nuestra inteligencia, fortuna, clase, religión y condición. Es el valor básico de toda la vida moral. La justicia es el deseo, mitad humano, y mitad divino, de devolver todo a su orden.

La justicia es ese orden que garantiza que las personas puedan participar en el mundo con sus propias obras, hacerlo con los demás en una relación de amistad, de comunidad de trabajo, amor y fecundidad, según su propia conciencia. ¿Pero existe ese orden perfecto?

Hay un resentimiento que se despierta cuando se contrasta el deseo elevado de justicia con los hechos miserables de la historia. Cuando el sueño de amistad universal se encuentra con la violación de un inocente, cuando mi deseo de unidad nacional recibe un tiro por la nuca, o cuando la comunidad de bienes se encuentra con la rapiña y la corrupción. Hay una desesperación que surge al constatar la fragilidad de nuestras fuerzas para conseguir el paraíso soñado, legítimamente soñado y mil veces llorado.

No llaméis memoria a la justicia bruta, a la primera manifestación, primitiva y rudimentaria de la justicia, al «ojo por ojo», a la reciprocidad bestia y ciega. Hace miles de años que, diente a diente, sustituimos las relaciones bárbaras de familiaridad y amistad por un criterio de objetividad. Por primera vez se ponían en la balanza dos términos equiparables: si en un platillo había un ojo, en el otro también, ni más ni menos. Si la haces, la pagas, sin exceso ni defecto. Fue uno de los primeros destellos de civilización. Pero no lo llaméis memoria, llamadlo, en el mejor de los casos, justicia, y en la mayoría, resentimiento.

La memoria es la cosecha de los frutos de la historia. Higinio Marín nos recuerda que la memoria son «los hábitos del corazón». La expresión original es de Tocqueville, y se refiere a «los elementos que forman la infraestructura cordial de la democracia americana». El corazón, dice Marín, «tiene costumbres que constituyen algo así como el carácter emocional de una nación».

Hacer memoria es re-cordar, volver al corazón, confrontar el hecho con el criterio cordial, para re-conocer los hábitos del corazón que nos permiten vivir juntos. Cuando la memoria revive lo malo, y lo trae una y mil veces a la esfera pública, no es memoria, sino resentimiento, y es una patología moral. Es propia de quien tiene un corazón que se reboza en el fango, que da lustre a su piel, como los puercos, en las heces de sus congéneres.

Ampliar la fecha de la «memoria» a 1983 es cambiar el perdón por la justicia primitiva. Es la decisión de acabar con uno de los símbolos más fuertes de la nación. Llegados a ese punto, descubriremos que todos tenemos ojos y dientes que pagar, perdones que pedir y una paz que añorar.

Si hacemos memoria de los hechos recientes de nuestra historia, de cómo hemos reaccionado como pueblo ante ellos, veremos que milagrosamente brilla por encima de todo el perdón. Hacer memoria de la historia es destacar lo más valioso por encima de lo más miserable. Ese es el resultado de contrastar los hechos con el corazón. En nuestra memoria histórica debería brillar el perdón sobre la afrenta, porque así ha sido nuestra historia, al menos la del siglo XX.