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CARTAS DE LA RIBIERAArmando Zerolo

Un agradecimiento a Fernando Ocáriz

El carisma no es propiedad de nadie, no se hereda, no se gestiona y no se deja reducir a la lógica del poder

La noticia saltó el pasado 22 de julio, con la publicación del Motu Proprio Ad charisma tuendum (el cuidado del carisma), que desarrolla la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium y transfiere las competencias relacionadas con las prelaturas personales del Dicasterio de los Obispos al Dicasterio del Clero.

Hay polémicas dentro de la Iglesia que al mundo que no es católico le suenan a chino. Hay polémicas católicas que los católicos no entienden. Y hay épocas que, por lo uno y lo otro, resultan incómodas. Pero si la Iglesia tiene un tesoro es el de haberse educado en la compañía de los profetas, en adelantados que son capaces de señalar que algo nuevo está sucediendo en el presente y no debemos perdérnoslo.

No entiendo que se haya dicho que alguien se estuviese apropiando del carisma, ni que antes hubiese algo mal. Lo veo como una invitación para todos a vivir el carisma y a no separarlo de la jerarquía, porque lo uno y lo otro son inseparables. Lo que también nos han dicho a otros en este sentido no es una regañina, es una novedad, es una profundización profética, es un más de lo mismo, con la misma extensión, pero con más intensidad.

Carisma y jerarquía son dos realidades inseparables, y me atrevo a decir que esta afirmación es, por el estado de la cultura contemporánea, prácticamente imposible de comprender para la mayoría de las personas que manejan los criterios más habituales. La relación con la jerarquía, y la naturaleza jerárquica de la verdad, no es que no se entienda, es que se niega, porque tenemos metido hasta el tuétano que la única verdad es la de mi conciencia individualista.

El carisma es otro tema, porque no es que no se comparta su significado, es que ni siquiera se sabe lo que es. El carisma es el modo concreto en que Cristo ha querido hacerse presente para ser comprendido y reconocido en una circunstancia histórica concreta. El carisma, por tanto, es el don que permite desentrañar el misterio de una época concreta y permite vivirla con la esperanza que da una certeza presente. No me extraña en absoluto que esto resulte incomprensible, pero sí agradezco que Mons. Ocáriz lo asuma, señale su valor, y nos invite a comprenderlo.

Cuando en el Motu Proprio se recuerda que nadie es propietario del carisma, sino solo su administrador, se está diciendo algo absolutamente revolucionario para este mundo nuestro que todo lo controla, todo lo planifica y todo lo somete a criterios de calidad. Y esto que se ha hecho ahora noticia con uno de los carismas de la Iglesia, es igualmente válido para todos los demás. El carisma no es propiedad de nadie, no se hereda, no se gestiona y no se deja reducir a la lógica del poder. El carisma se vive, se reconoce y se transmite. El Opus Dei tiene el suyo: «Difundir la llamada a la santidad en el mundo, a través de la santificación del trabajo y de las ocupaciones familiares y sociales».

La invitación del papa a profundizar cada vez más en el carisma, y un poco menos en la organización, son también un regalo para todos nosotros. Ojalá esta lógica de la fecundidad de la vida y de las relaciones sociales que vemos en el carisma se contagie también al resto de la vida y, en especial, al mundo del trabajo, quizás el más deteriorado por la corrupción de la lógica del poder.

Desde «fuera» solo quiero mostrar mi agradecimiento a Monseñor Fernando Ocáriz por señalar una vez más dónde se encuentra el camino.