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NOCHES DEL SACROMONTERichi Franco

El viaje del Papa a Canadá

El viaje del Papa muestra la desnudez de nuestros prejuicios y la inmadurez del católico europeo, embebido de sí mismo y de sus viejas historias

Al jefe de nuestra tribu Pluma Blanca Francisco le han puesto un tocado típico de las Naciones Indias canadienses como un agasajo, un presente, un regalo en forma de respeto, de admiración y de reconocimiento al gesto de volar por el cielo sobre su águila de hierro para encontrarse con aquellos de los que nosotros sólo nos acordamos cuando, en la niñez, queremos hacer el salvaje. Pero, ay, digo –jau–, lo que en otros jefes de la tribu vaticana era apertura y sentido católico de la nueva evangelización, en Francisco parece que no sirve. En el Papa indio bonaerense parece que todo está mal. Que todo es negativo.

Lo que en el gran Jefe Wojtyla, pertrechado con miles de penachos de nativos africanos, australianos, americanos y hasta de la guardia civil montada de España era un canto a la santidad y al encuentro fraterno entre los pueblos, en Francisco parece que no; que nada es suficiente, o que todo es exagerado.

Lo que en el gran Jefe Ratzinger, pertrechado también con sombreros dignos de las tardes de playa y de despedidas de solteras más recatadas en el ingente mundo de Nuestro Señor de Magaluf a Benidorm, en Francisco parece que no, que tampoco vale y que todo está muy mal. Porque el Gran Jefe argentino, que también es Papa y también tiene nuestro orgulloso permiso para viajar más allá de la Santa Sede, tiene ante su propio pueblo un «no sé qué balbuciendo» que a la gente le molesta –por no decir algo más fuerte que escandalice al lector, previamente escandalizado porque un Papa responde al agasajo de sus hijos canadienses. Hijos: qué palabra tan bella, por cierto.

Francisco ha hecho un viaje apostólico, eso que antes tanto nos gustaba cuando un sumo pontífice bajaba del avión y le ponían collarcitos de flores, y le bailaban y le cantaban en el aeropuerto, como si hubiera llegado el mesías.

Más allá del ruido, Francisco también ha hecho, como sus antecesores, una visita en la que representa como cabeza visible, que no tiene por qué ser hermosa, a toda la Iglesia. Representa a Pedro, el que cortaba orejas en el huerto, y nos representa a cada uno de nosotros cuando quizá, en nuestra timidez o en nuestra cobardía, no nos atrevemos del todo a acercarnos al extraño para echarle una mano y en este caso, pedirle perdón, que es sin duda lo más difícil y para lo que siempre tenemos excusas. Que lo hagan los protestantes, se oye por ahí, y otros aplauden.

Más allá del ruido, el viaje de Francisco es apostólico, y que cada uno haga cuentas con lo que esa palabra significa para él y para su fe. Pero, además, el Papa «montonero», el Papa «comunista», el Papa «peronista» y, por lo visto ahora, también «asaltadiligencias» en el Canadá, resulta que ha ido a pedir disculpas a unos mohicanos sin la pose de Daniel Day Lewis, por supuesto. Pero, además de apostólico, el viaje es «penitencial»; penitencial al fin y al cabo como aquellas palabras que el otro antiguo Jefe polaco lanzó avergonzado por los desmanes cometidos durante la americana Conquista, aunque nosotros sólo queramos y nos guste recordar lo que nos interesa de las películas del Oeste y de la pose maravillosa de Gary Cooper en Solo ante el peligro.

Tengo para mí que cada gesto de Francisco como Papa, no sólo muestra al mundo –a todo el mundo– el rostro de la Iglesia Católica para este siglo, sino que además y al mismo tiempo, muestra la desnudez de nuestros prejuicios y la inmadurez del católico europeo, embebido de sí mismo y de sus viejas historias de las que no quiere conocer otra versión, no vaya a ser que tenga que cambiar de punto de vista, o de mentalidad, tal y como Pablo exhorta a los Romanos cuando les invita a transformarse «mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto»: la metanoia, que es, sobre todo, apertura al Amor y apertura a todos y cada uno de los hijos de este mundo. También al Papa, por qué no.