Consultado su obispo sobre esta circunstancia, monseñor dispuso que si la mayoría de los electores así lo quería, él no se opondría. Fue así como el padre Llorente se convirtió en el primer sacerdote católico elegido para una legislatura norteamericana con voz y voto. Esta vez el deseo de los nativos alaskeños se había hecho realidad. Segundo recibió esta encomienda como una oportunidad más de ayudar y servir a aquellas gentes pobres e indefensas. Y así lo hizo durante las dos legislaturas en las que fue diputado.
Sus últimos años de vida
En 1975, ya con 69 años cumplidos y 40 como misionero en Alaska, sus superiores consideran que ha llegado la hora de buscar a Segundo un destino menos exigente en lo físico. Y lo envían a una misión más acogedora y cálida, más apropiada a su edad: la comunidad mexicana de los estados de Washington y Idaho, en los Estados Unidos. Es, probablemente, la orden más dura de su vida, la más amarga, la que nunca habría querido escuchar. Tenía que separarse de su amada Alaska.
Sus últimos catorce años de vida transcurrieron con serenidad, pero sin descanso, pues Segundo nunca se relajó en su compromiso evangelizador. Falleció el 26 de enero de 1989, víctima de un cáncer. No pudo hacerlo como él deseaba, entre los suyos, aquellas gentes pobres y rudas de Alaska a las que tanto amó. Aún así, sus últimas palabras, dirigidas a su familia, fueron de felicidad y esperanza: «Muero contentísimo. Desde aquí al cielo, ¿qué más puedo esperar? Allí nos veremos todos. Amén».
Su cuerpo descansa en el cementerio de Desmet, Idaho, en una reserva india dirigida por jesuitas. Un lugar hermoso, en una loma frente a las Montañas Rocosas. Solo los indios y los sacerdotes que hayan estado al menos veinte años al servicio de los indios pueden ser enterrados allí; el padre Llorente se ganó con creces este honor. Sobre la tumba, una lápida en memoria de los jesuitas allí enterrados, en la que puede leerse: «En la vida y en la muerte, con aquellos que amaron».