Los castrados de Belarra
Nace una nueva élite de un partido racista y elitista, el más elitista de todos, el defensor de los privilegios y de los poderosos
Los zoos serán guetos y las calles pasarelas, los chuchos perseguidos y la raza será la nueva moda. A Belarra le ha dado por proteger la dignidad animal. Lo conseguirá castrando gatos y perros, pero yo no voy a poner los míos a remojar.
No sé quién le dijo una vez a mi mujer que castrar a un perro hace que se porte mejor, pero desde entonces, cada vez que ladra, se come algo que no debe, corre más de la cuenta, o se pone nervioso, dice: «¿Ves como hay que castrarlo?». Algún tipo de solidaridad entre el animal y yo se debe despertar con esa pregunta, porque nos miramos a los ojos, y parece que nos decimos: «¿A que no?». Será porque sospechamos que después siempre viene una Belarra con el bisturí dispuesta a castrar al maltratador que todos llevamos dentro.
Si la castración funciona con el perro, ¿por qué no probar contigo? Por eso creo que me juego tanto protegiendo los testículos de mi perro.
Maltrato cero, sacrificio cero, abandono cero. A eso aspira la nueva ley. ¿Por qué no?
Hay que perseguir a los maltratadores en potencia, no a los de facto. Todos somos posibles maltratadores y mejor prevenir que curar. Los que llevamos toda la vida con perro, los que cazan, los que aparean a su perra para vender unos cachorrillos a los conocidos, los que tienen un corral somos maltratadores. Todos reeducables, todos castrables. Todos vamos a pasar por un cursillo para concienciarnos y para recuperar la dignidad animal.
Para criar perros habrá que sacarse un permiso, o sea, otra licencia, otro registro, otro certificado, otra lista y otro chiringuito. El cachorrillo nacerá atado con longanizas y lo que antes costaba doscientos euros, ahora saldrá por quinientos, como todo, porque detrás de cada idea que pretende proteger un bosque o un animal, arden catorce mil hectáreas y mueren cien negocios.
Los animales abandonados, exóticos y fuera de registro acabarán en los zoos, y a los zoos ya no irá nadie porque serán grandes almacenes de animales desclasados. Otro negocio menos, otro gasto más, y otra victoria para el bando de las batallas absurdas. Y a los animalillos, que les zurzan, que lo importante era su dignidad y no su calidad de vida. Los cuidadores de los zoos eran también maltratadores, los directores sucios capitalistas, y los niños de visita morbosos burgueses.
Licencias para criadores, y multas para los demás. Su proyecto para los perros es la viva imagen de su idea para la sociedad. Los abandonados, los descatalogados y los despreciados, encerrados en un gueto. Un zoo para los animales, la oficina de empleo para las personas. Y por las calles, sobre alfombra de terciopelo, los caniches a mil doscientos euros, con su permiso de criador, su licencia, y su registro colgando de un collar de plata.
Nace una nueva élite de un partido racista y elitista, el más elitista de todos, el defensor de los privilegios y de los poderosos. El que defiende la espada de Bolívar que castró a los «maltratadores» blancos para crear una nueva élite parásita, el que defiende la navaja de Putin porque mutila a los soldados ucranianos que defienden el régimen nazi de la OTAN.
Así las cosas, yo prefiero un pueblo chucho, un pueblo mestizo, sin leyes de pureza, sin una élite que me diga cuál es la raza nacional y la dignidad oficial. Quiero una ley que no lleve el bisturí castrador en los anexos.