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Carmen Sánchez Maíllo

Sustituir el cortejo por Tinder

Sustituir el riesgo del fracaso por un catálogo infinito de la 'App' de turno es otro síntoma de que esta humanidad no se sostiene

Es un signo de este tiempo la cansina imposición de lo que debemos y no debemos hacer. La continua presión hacia determinados comportamientos supone una pendiente inclinada para que muchas personas de buena voluntad empiecen a creer cosas que ni son ciertas, ni son sensatas, aunque obedezcan a los dictados de las agendas en boga o respondan a las directrices de las ideologías imperantes.

Empieza a ser un lugar común en los medios autodenominados «progresistas» que tener hijos no es sostenible para el planeta, que la ganadería que acompaña al hombre desde el inicio de los tiempos es tan dañina como el petróleo, que debemos dejar de comer carne y así un largo etcétera de costumbres inveteradas que de la noche a la mañana contribuyen a un supuesto cataclismo planetario.

Avanza también la idea, leyes de eutanasia mediante, de que vivir según y como te encuentres puede no traerte cuenta, ni compensar a los que viven a tu alrededor, de nuevo otra pendiente inclinada alimenta el temor en la gente normal de que como nos vaya fallando la salud resulta aconsejable decidir irnos de este mundo, por no ser una molestia para nuestros hijos y nietos (si es que los hubiere, pues como he dicho no es sostenible si no irresponsable traer hijos al planeta tierra).

En un contexto social en el que lo humano es sospechoso, las mascotas, sin embargo, sí son sostenibles, está de moda tener varias y comienzan a verse a jóvenes (no madres- ni padres), que por otro lado si tuvieran hijos serían, según la neolengua de moda, personas gestantes o no gestantes, que pasean perros o gatos en coches de capota. Crece la canofilia arbitraria e irreflexiva, cuyo resultado es humanizar a los animales y alejarse de las personas. Proliferan las clínicas y peluquerías caninas, surgen los «coles» para perros, hay anuncios de veterinarios que ofrecen servicio de psicología para perros y baños de ozono. Me gustan los perros, los caballos, que haya delfines y ballenas y que no se extinga el lince ibérico, pero no puedo dejar de preguntarme si alguien puede creer que se puede ser feliz sólo con animales y qué clase de afectos faltan para concebir una vida así.

Volviendo al mundo humano muchos treintañeros, cuarentones y también unos pocos rezagados sin pareja de diversa edad han dejado de lado el cortejo, actividad humana sempiterna, para sustituirlo por las facilidades digitales de Tinder. Es fácil, te metes en la aplicación, vas pasando fotos con características y descripciones de perfiles, hobbies, estado civil… y como si de un encargo de Amazon se tratara, seleccionas el candidato y si el interés es mutuo conciertas una cita, en la que la pregunta por si te apetece postre no se refiere al último plato de la cena, sino a si estás dispuesto a todo o no. Sustituir el cortejo, con su creatividad, riesgo y convivencia con el fracaso, por un catálogo infinito de la App de turno es otro síntoma potente de que esta humanidad no se sostiene.

Me niego a reducir mi huella de carbono, no voy a cambiar las certidumbres rocosas ganadas con esfuerzo y dolor por el estado líquido que me tratan de vender, no quiero que mi estirpe se evapore sino que continúe todas las generaciones posibles el legado que me entregaron a mí. Quiero un mundo con niños, en el que haya abuelos que repitan y nos cuenten su vida 100 veces, quiero comer entrecot poco hecho de las distintas ganaderías españolas, leer libros en papel y recibir cartas manuscritas. Voto por los amores reñidos y las conquistas de toda la vida. Prefiero una cómoda heredada, cariñosamente arañada por generaciones de bárbaros imberbes que el último modelo expedit de IKEA. Siento con claridad que además, todo esto, es mucho más humano, feliz y auténtico.

  • Carmen Sanchez Maíllo es Secretaria Académica del Instituto de la Familia en la Universidad CEU San Pablo