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Carmen Fernández de la Cigoña
enormes minucias

Una escapada a solas con mi marido

Recordamos otro de los viajes, en aquella ocasión de recién casados, y él me comentó: '¿Te acuerdas de cuando no había nadie?'

En estas vacaciones aproveché para hacer una escapada con mi marido. Los dos solos. Los hijos ya son mayores y se podrían quedar solos, con independencia de que estaban con el «clan» familiar en el que nos juntamos todos: padres, abuelos, hijos, hermanos, sobrinos. Así que, por un lado, no había ningún problema de cobertura con la intendencia, y, por otro, es muy sano y saludable, casi diría imprescindible, el tener esas escapadas de vez en cuando. Los dos solos.

El caso es que en un momento recordamos otro de los viajes, en aquella ocasión de recién casados, y él me comentó: «¿Te acuerdas de cuando no había nadie?».

Todo tiene su momento y todos los momentos tienen sus circunstancias. Y claro que es un momento genial el inicio de un matrimonio, de una vida que comienza juntos y que tiene la perspectiva de un camino que se andará unidos en la que no me cabe duda que es, y debe ser, la mayor aventura de la vida.

Disfrutando de ese «los dos solos», por un instante me pregunté si esa mirada era nostálgica, si había añoranza en ese «¿te acuerdas…?» Y como no podía ser de otra manera, el recuerdo avanzó en el tiempo, y aparecieron los nacimientos, las alegrías, los agobios y algunas preocupaciones, las noticias buenas y no tanto, el ver cómo iba creciendo la familia, cómo se iba construyendo la vida, cómo llega un momento en que aparece la certeza de que nunca se va a estar solo…

Todo esto en una sociedad que invita a la exaltación del yo. En la que uno de los problemas es precisamente el no mirar y no buscar al otro. Y buscar el bien del otro, no solo la satisfacción del deseo propio. En una sociedad que empieza a tener como un problema acuciante el de la soledad.

Esa soledad que es la de la España vaciada, la de la falta de natalidad, la del individualismo, la del que, aún estando rodeado de gente, no es capaz de superar la soledad y llenar una serie de vacíos que se van generando y que aíslan cada vez más.

No es solo un problema de edad. Hunde sus raíces en una realidad mucho más profunda que afecta a cómo comprendemos la vida, a cómo queremos vivirla y a qué hacemos para vivirla así.

Verdaderamente es preocupante la soledad de los mayores, pero casi me preocupa más la soledad de los jóvenes. Una situación que hace que aumenten las visitas al psicólogo, y que hace que la sobreexposición de la propia vida sea simplemente una fachada que oculta insatisfacciones, frustraciones, angustias y dependencias.

No me parece nada bueno ni deseable, por más que nos vendan las bondades de hacer lo que uno quiera, cuando uno quiera y como uno quiera porque solo está él, una realidad que genera heridas y que al mismo tiempo diluye todos los vínculos y los apoyos que ayudan a cicatrizarlas y a superarlas.

Sí, me acuerdo de cuando no había nadie. Me acuerdo también de cómo, disfrutando esos momentos, deseábamos que hubiera más. Me acuerdo de la alegría que supone cada nueva incorporación a la familia, y de la seguridad que proporciona ese saber que hay más, que vendrán más.

Por eso solo imagino el dolor, y en cierto modo la angustia, de los que esperan, desesperanzados, el momento en el que ya no habrá nadie.

Entre una y otra realidad, con algún breve momento para los dos solos, no tengo ninguna duda de con cuál me quiero quedar.

  • Carmen Fernández de la Cigoña Cantero es directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia