También le permitieron, como último deseo, escribir a su tía Magdalena, a quien le pide que le trajese «la cena», aludiendo a la comunión: «A las once de la noche confirmaron la sentencia. Lo torturaron, le rajaron las plantas de los pies o le desollaron y golpearon con brutalidad», explica Laureán Cervantes, que también recoge el martirio en el testimonio del cristero Rafael Degollado Guizar: «Le quitaron los zapatos y le hicieron caminar. No dejó de decir: '¡Viva Cristo Rey!'. Pero iba todo golpeado, los pies le chorreaban sangre. Después se le obligó a caminar descalzo hasta el cementerio. Diez calles hubo de recorrer, a manera de calvario, desde su prisión y parroquia venerable hasta el cementerio, lugar de su martirio. Los verdugos le decían 'renegado', 'engreído', 'Hijo de tal' o 'Te vamos a matar'. '¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!' era la única respuesta de José».