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RAÍZ Y COPARocío Solís

El verano es una tertulia

El Cielo será muy parecido a una tertulia, donde podamos entendernos con los que no lo hicimos en la tierra, donde volvamos a contarnos las cosas que ya sabíamos por el mero placer de volvernos a narrar, donde la risa y el canto sean la matriz más adecuada a nuestra humanidad

Contaba mi abuela que a su padre le llevaron a la tertulia. Mi bisabuelo era andaluz y la parca le pilló trabajando en el campo. Habría que revisar la literatura del vago andaluz, pero este es otro cantar. El caso es que la peritonitis que le interrumpió la labor le llevó a Sevilla, donde estaba el hospital más cercano, y allí murió. Solo pudo acudir una hija, que trabaja en la ciudad desde su más tierna infancia, para informar del desenlace a la familia. No pudieron traer al cadáver a casa porque no tenían dinero para eso «así que se quedó en la tertulia» concluía mi abuela sin darle más drama al asunto. Y yo, niña, me quedaba tan conforme, sentía que la muerte no tenía tanta oscuridad si uno se iba a la tertulia.

Este verano me ha venido a la memoria este asunto. Hemos recorrido el mapa para encontrarnos con muchos de nuestros amores, familia y amigos, y con ellos cada día ha acabado en una gran tertulia. A veces, ese hablar roza la gloria porque uno deja el mundo que da gusto verlo y otras porque parece ser adelanto del cielo que esperamos. Nos decíamos unos a otros «esto es como la rotonda de entrada». Es fácil imaginar que algo así debe ser la Patria venidera: una noche de verano, cuajadita de estrellas, risas y licores, mucha palabra, y ninguna dicha para herir. Con este tablado hemos recorrido la parte oeste de la península. De tierras castellanas a andaluzas, de Portugal al Mediterráneo. Hemos descubierto el movimiento nómada de la gaita charra y rociera. Pero en todos los lugares lo mismo, el tiempo gratuito de la charla. Gratuito porque no hay dinero en el mundo para comprarlo, se da o no se da.

La tertulia veraniega es ese tiempo que se da por sobreabundancia de bienes. No se habla para agendar actividades o para llevar a cabo un programa o unos objetivos, tampoco se habla por compromiso, se está con los que se ha elegido estar o con aquellos que se te han regalado sin esperarlo. La conversación se sucede de convivir, visitando lugares bonitos, haciendo parrilladas o siendo uno mismo el que se pone vuelta a vuelta al sol. Se sucede por ser y estar con otros, que a su vez se ponen en la misma coordenada. Y de pronto, cuestiones que en familia no habían salido a pesar de vivir una rutina, salen dando un paseo, en el momento en el que todas las tensiones ceden y las barreras bajan. No solo el demonio aprovecha la bajada de bandera, también el Bien a veces necesita que cedamos a su paso. Hay un tiempo en el que parece que podemos descansar de conquistar todo nosotros, por nuestras fuerzas, de construir la vida y dárnosla. Por eso es tan mágico, y a la vez, tan natural, que la vida se de a través de la palabra. Solo hay que estar atento, despierto.

Y de esta forma de vivir, surge el canto. Nos ha sucedido. De pronto la charla se convierte en tonada. Como sin querer la cosa, uno que entona, otro que da un golpecito a modo de compás encima del hule, otro que saca una guitarra de no sabes donde, y ea, ya tienes montada la parranda. Una sola expresión. No es extraño que ocurra. El cielo será ese «ser todos una sola cosa» pero siendo cada uno (todo en su sitio, todo en su lugar, que diría Gloria Fuertes). Y no es raro que de la charla porque sí, del hablar por saber unos de otros y por saber todos de cómo vemos el mundo, surja la gratuidad del cántico; esa modalidad de la relación que de forma misteriosa hace que todas las voces sean una sola. Y es más, que perdamos la vergüenza porque lo importante sea el acto en sí de cantar juntos, el sentir que formamos parte del mismo pueblo, de la misma tribu, de la misma estirpe charra o flamenca.

A nadie se le ha pasado por alto que mi bisabuelo donde está es en una fosa común. Pero dice mucho de un pueblo que llame a las cosas tan feas con nombres tan bonitos. El pueblo andaluz se ríe de su sombra, y se me antoja más verdadero esto que otro sentir. Este verano he entendido que el Cielo será muy parecido a una tertulia, donde podamos entendernos con los que no lo hicimos en la tierra, donde volvamos a contarnos las cosas que ya sabíamos por el mero placer de volvernos a narrar, donde la risa y el canto sean la matriz más adecuada a nuestra humanidad.