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ENORMES MINUCIAS
Carmen Fernández de la Cigoña

El mundo que nos habéis dejado

Ante el panorama bastante oscuro que nos pintan y que se nos aproxima cada vez más, uno de los jóvenes se quejaba, echando en cara a la generación de sus padres, a nosotros, que «este es el mundo que nos habéis dejado»

Hace unos días, en una de esas conversaciones que se tienen de sobremesa, o no, en la que cada uno aporta su punto de vista, y los que pasan se van sumando a la conversación, comentábamos la situación general que se nos plantea de cara a este nuevo curso. Una de esas conversaciones en las que las distintas generaciones (no cuento a los niños, que huyen de ellas porque les parecen aburridísimas) plantean cómo ven las cosas cada uno desde su propia perspectiva y con las circunstancias propias.

Lo cierto es que el panorama no es demasiado halagüeño. Las circunstancias económicas mundiales, que sin duda nos afectan a todos –basta ver lo que cuesta hacer la compra–, la estabilidad o no en el trabajo o la forma de reinventarse, las expectativas de los jóvenes que acaban de terminar su carrera y tienen que salir al mercado laboral (nacional o extranjero), las de los que la empiezan, calculando que tienen por delante unos años en los que quizá su mayor preocupación sea aprobar o suspender, y en ocasiones ni eso…

Más allá de actitudes un poco manidas, que hay que procurar evitar (qué sabrás tú de la vida, anda que no te queda por recorrer, que dicen los mayores, y por su parte los más jóvenes que no pueden evitar pensar que ya no tenemos nada que enseñarles, que esto que viven ellos no lo comprendemos, porque jamás tuvimos sus problemas, o incluso jamás fuimos jóvenes, y es que no les comprendemos) siempre me han parecido muy enriquecedoras, si unos y otros son capaces de escuchar y ponerse en el lugar del otro. Porque enriquecen, porque vinculan y porque fortalecen. Aunque a veces cuesta.

Pues en una de esas conversaciones, ante el panorama bastante oscuro que nos pintan y que se nos aproxima cada vez más, uno de los jóvenes se quejaba, echando en cara a la generación de sus padres, a nosotros, que «este es el mundo que nos habéis dejado». Que les hemos dejado.

Y algo me subleva, me apena y no sé si me remuerde la conciencia. Porque constato una cierta contradicción en la justicia y en la injusticia de esa acusación.

Porque mis hijos, mis alumnos, esa generación, viven en un mundo y en una sociedad muy distinta a la que era cuando yo tenía su edad. En cierto modo con muchas más posibilidades. Con más recursos (en cierto modo) y en la que todo está mucho más cerca. Por regla general han podido viajar mucho más, tienen más dominio de los idiomas, tecnología… y también una serie de problemas que antes no se daban tanto de la misma manera.

Tienen menos referentes y más confusión. Viven en una sociedad con unos valores mucho menos definidos, a pesar de los mantras que se repiten incansablemente en relación a los grandes problemas de este mundo (la sostenibilidad, el calentamiento global, la perspectiva de género, el heteropatriarcado opresor…).

Con todo, me subleva pensar que ese es el mundo que les hemos dejado. En el que esa nueva generación ha entrado y se ha entregado casi incondicionalmente. Me subleva porque siempre he procurado luchar contra ello. Porque veo la manipulación y no me gusta. Porque veo que, gracias a Dios, a muchos de ellos tampoco les gusta y están convencidos de que no es buena.

No sé si es el mundo que les hemos dejado. Personalmente quiero pensar que no. No sé si es el que ellos están construyendo, con nosotros. Pero sí sé que sigue habiendo que cambiar muchas cosas, ¿quizá más?