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Ángel Barahona

Victimocentrismo de la nueva ley laboral

Nos vamos a encontrar con una hipersensibilidad en el mundo laboral que hará peligrar la relativa estabilidad laboral, el desarrollo profesional, y emocional

La Ley Orgánica 10/2022 de garantía integral de la libertad sexual incorpora derechos y obligaciones en materia laboral novedosas que exigen una reflexión filosófica inevitable. En el apartado «g» dice acerca del «Empoderamiento»: Todas las políticas que se adopten en ejecución de la presente ley orgánica pondrán los derechos de las víctimas en el centro de todas las medidas, adoptando un enfoque victimocéntrico y dirigiéndose en particular a respetar y promover la autonomía de las víctimas y a dar herramientas para empoderarse en su situación particular y evitar la revictimización y la victimización secundaria.

Es inevitable que a un girardiano no se le pase el enorme peligro que entraña esta declaración de intenciones de protección de las víctimas. La finura en la distinción entre víctimas que lo son, las que sienten que son, las que consideran que deberían ser reconocidas como tal y las que no lo son, se diluya.

Las víctimas esperan siempre ser reconocidas para poder ejercer algún tipo de revancha sobre sentimientos contradictorios personales interiorizados sin autocrítica. Todos los matices posibles de estos sentimientos quedan resumidos, a fin de cuentas, en que cualquier resentimiento en el entorno laboral que uno tenga pueda ser esgrimido para ser vengado por ley y ser justificado, para empoderarse avalado por norma legal que deviene moral.

La reflexión sobre la revictimización y la metavictimización, que pretendería ser fácil de hacer, se embarra cuando uno trata de dirimir sobre actitudes y comportamientos cargados de subjetividad, que han de ser objetivables por la mera observación de terceros que, sin duda, juzgarán desde su subjetividad de género, sexo y condición. Si un crimen de sangre reclama años de investigación, abogacía, juicios, reflexiones interminables sobre derechos, testigos y decisiones sumarias que siempre son injustas e insuficientes para todas las partes implicadas, imaginémonos lo difícil que será dirimir en las escalas de sentimientos victimarios. Como dice Girard, las víctimas se tornan en verdugos con un simple giro de muñeca. Y viceversa.

Nos vamos a encontrar con una hipersensibilidad en el mundo laboral que hará peligrar la relativa estabilidad laboral, el desarrollo profesional, y emocional. Y, por qué no decirlo, aunque parece que da vergüenza, la productividad, sumidos como estaremos en el mar de los sargazos de las heridas de la sensibilidad, las distracciones respecto al cometido que nos liga a la empresa serán permanentes. Está bien, sacar a la luz, hacer justicia a condiciones sangrantes en el mundo laboral, denunciar abusos, y demás desmesuras, pero hecha la ley, el umbral-baremo para juzgarlas hará insoportable una relación interpersonal y laboral, que ya de por sí es tensa, tantas veces, y siempre insatisfactoria. El miedo al compañero que exhiba algún rasgo victimario, la autocensura, la pérdida de naturalidad y de libertad creará un clima laboral asfixiante. Por parte de las víctimas implicará una hipervigilancia agotadora, deshojando todo el día la margarita de «me han ofendido-no me han ofendido», «me he sentido ofendido», «creo que he sido humillado», «espero que no me discriminen», «no me habéis tratado de manera igualitaria», «me has mirado mal».

Por parte de aquellos que no se sientan víctimas o tengan algún cargo de responsabilidad, las consecuencias están claras: sensación de impotencia, incapacidad de gobernanza, hipocresía, o retraimiento que harán inviable en parte el desempeño. En fin: el empezose de un acabose que vuelve a empezar. La ley es un despropósito: tratando de defender a los débiles, empoderándolos por decreto, sin más justificación que el umbral de sensibilidad que uno tenga, es el principio de la legalización de la venganza, del resentimiento, y de un justicialismo que multiplicará lo que trata de evitar, a saber: la revictimización y la victimización secundaria. El diálogo, la convivencia, la libertad, el daño – sí, verdaderamente, cómo no- y su reparación sin recurrir a los sofisticados legalismos que traerá consigo su aplicación se van a hacer difíciles de sostener. Pero esto son solo precauciones exageradas de filósofos.