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efímera, pero no tantoMer Barona

Cuando los hijos empiezan a volar solos

Yo, que nunca me vi madre gallina clueca, me he descubierto conduciendo de vuelta a casa llorando

Hay corazones capaces de mudarse a cientos de kilómetros para seguir latiendo fuera de una misma. Porque no es un órgano normal, sino que es capaz de multiplicarse infinitas veces en función de los hijos que tengas y del amor que seas capaz de repartir.

Decía la protagonista de El paciente inglés, Katherine Clifton (Kristin Scott Thomas) que «el corazón es un órgano de fuego», pero yo para mí que es un órgano de agua, porque se expande en el espacio que necesita ocupar.

Lo sé porque esta semana una parte imprescindible de mí se ha ido a vivir fuera de la ciudad que habito. Lejos de mis besos mañaneros, de mis «ten cuidado» y de mis «ya te lo dije». Era un momento esperado, sí, pero yo, que nunca me vi madre gallina clueca, me he descubierto conduciendo de vuelta a casa llorando por todo ese tiempo que ya se ha ido, por los momentos en los que quería que empezase a andar, que comiese sola, que le salieran los dientes definitivos, que fuera al cole, que acabase bachillerato… y casi sin darte cuenta llega ese día en el que abren las alas y buscan nuevos cielos. Y entonces sólo te queda esperar que todas las herramientas, todas las palabras y los ejemplos le resulten suficientes para esa nueva etapa lejos del nido.

Quizás por eso para mí el amor no puede simbolizarlo un candado (normalmente enganchado a un puente que padece esa maldita moda) que encierra y limita, que te aprieta y te ciñe. El amor está más presente en unas manos abiertas, dispuestas para sujetar si es necesario, pero a la vez generosas y tendidas, porque saben que la persona amada necesita su espacio para crecer. Las mismas manos que acunaron, peinaron, ataron las zapatillas, ayudaron a dibujar o te dieron de comer son las que hoy tienen que decirte adiós por la ventanilla, mientras que caes en la cuenta de que hace nada, ayer mismo casi, eran mis padres los que me despedían a mi.

Porque este negocio de la vida es, a la postre, una rueda, un viaje cíclico que en ocasiones te hace protagonista y en otras personaje secundario. Aunque para ser sincera, creo que no vuelves a ser la prima donna desde ese momento en que sabes que ya otro corazón late dentro de tu cuerpo y el amor empieza a crecer justo ahí… y ya para siempre. Y gracias a Dios por ello.