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Enormes minuciasCarmen Fernández de la Cigoña

Las reglas del juego

Y pienso en los adultos. Y en la política. Y en nuestro Gobierno. Y en la manera continuada en que hace trampas y cambia las reglas del juego

Siempre me ha asombrado, quizá por mi timidez exagerada, la facilidad que tienen los niños pequeños para, como dicen ahora, socializar. Y tengo que confesar que junto a ese asombro hay una cierta envidia.

Cuando mis hijos eran pequeños, y observando hoy a los otros pequeños que hay alrededor, raro es el día en el que no te cuentan que han hecho un nuevo amigo. O cuando llegan a un entorno nuevo, en el que también hay otros pequeños, en seguida juegan con ellos, y de nuevo hacen más amigos.

Por supuesto que la amistad como la entendemos y la vivimos los adultos es otra cosa. Más profunda y más fundada, más perdurable y confiable, pero de la amistad hablamos otro día.

Con todo, y volviendo a esas amistades infantiles y también observando sus juegos, es frecuente también observar la escena en la que alguno le espeta al otro: «No vale, has hecho trampa». Y en esa protesta hay una justa indignación. Infantil, pero igualmente justa, porque no cumple con lo que eran las reglas del juego. Y junto a la indignación hay un enfado, una decepción y normalmente se acaba el juego. Cuando les preguntas, la respuesta en la que están todos los argumentos necesarios es: «Mamá, es que ha hecho trampas. Y así no se puede».

Y pienso en los adultos. Y en la política. Y en nuestro Gobierno. Y en la manera continuada en que hace trampas y cambia las reglas del juego. O más bien, las anula dejando solo una, que es: «Aquí mando yo y hago lo que quiero»

Dos ejemplos tienen mucho que ver con las cuestiones de familia, de vida, de principios, pero podríamos hablar de otros en prácticamente todos los ámbitos.

El Gobierno ha cambiado (cesado, no renovado, defenestrado…) a todos los miembros del Comité Nacional de Bioética. A todos. No es en absoluto razonable. Solo tiene una explicación y es la sanción por el informe que el Comité elaboró en contra de la ley de eutanasia. Un informe unánime del que el Gobierno y sus socios prescindió, y como no decía lo que ellos querían, simplemente ha eliminado a todos los miembros de ese Comité de su función. Lo cual cuestiona la validez del mismo y sin duda muestra cómo se cambian las reglas del juego.

El Gobierno, que supuestamente defiende la libertad (o la de algunos), y también la libertad de pensamiento, de creencias, pretende elaborar un listado de médicos objetores a realizar abortos. De nuevo cambia las reglas de juego, ya que diciendo que respeta el derecho de objeción de conciencia, al mismo tiempo vulnera radicalmente la libertad de esos médicos. Nadie está obligado a manifestarse sobre sus creencias religiosas, opiniones políticas, decisiones morales, pero al mismo tiempo el Gobierno impone que los que no colaboren con su cultura de la muerte, estén significados para no promocionar, para ser trasladados, para en su caso ser despedidos, eso sí, con algún otro motivo.

Los niños lo tienen muy claro. Protestan y se indignan y dejan de jugar. Porque así no se puede. Porque entienden que no es justo. Y sus juegos son mucho menos importantes que las actuaciones de la vida social y política. Se juegan mucho menos.

Me pregunto qué aprendemos de ellos, que tanto nos enseñan. Porque en esta sociedad nuestra yo sigo esperando ver cuántos estamos indignados. Cuántos decimos que basta ya. Que el Gobierno no puede cambiar las reglas de juego a su antojo. Porque no es justo, no está bien y así no se puede. A ver qué hacemos.

  • Carmen Fernández de la Cigoña es directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia.