Su mensaje se presenta extraordinariamente actual en el mundo contemporáneo, a juicio de Benedicto, «particularmente sensible al conjunto de valores propuestos y vividos por ella. Pensemos, por ejemplo, en la capacidad carismática y especulativa de Hildegarda, que se muestra como un vivaz incentivo a la investigación teológica; en su reflexión sobre el misterio de Cristo, considerado en su belleza; en el diálogo de la Iglesia y de la teología con la cultura, la ciencia y el arte contemporáneo; en el ideal de vida consagrada, como posibilidad de humana realización; en la valorización de la liturgia, como celebración de la vida; en la idea de reforma de la Iglesia, no como estéril modificación de las estructuras, sino como conversión del corazón; en su sensibilidad por la naturaleza, cuyas leyes hay que tutelar y no violar».