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Enormes MinuciasCarmen Fernández de la Cigoña

Lo que abulta una vida

Haciendo limpieza aparecen innumerables tesoros que te sorprenden, que te hacen recordar un momento concreto en el que ocurrió algo que casi habías olvidado

Hace unos días había que desmontar la casa de un familiar muy próximo y muy querido. Muchos ya han pasado en alguna ocasión por una circunstancia similar. Y digo similar porque en este caso la persona no había fallecido, si no que debía trasladar su vivienda. Y ese hecho congregó, en torno a él, a todos los que queríamos ayudar a que el trance pasara de la mejor manera posible.

Es cierto que no soy yo la que me tengo que trasladar. No soy yo la que debo decidir qué conservo y de qué me deshago, de lo que a lo largo de los años ha ido guardándose en casa. Muchos años de recuerdos, de trabajo, de vida, que se plasman en multitud de objetos y que reflejan parte de lo que ha vivido cada persona y de lo que los demás han vivido con ella.

Porque no soy yo la que me tengo que trasladar, sabiendo lo dificultoso, lo que cuesta, el punto de tristeza y de nostalgia que tiene el hecho de tener que dejar atrás el lugar que ha sido tu hogar, tengo que decir que, desde mi perspectiva, me siento agradecida.

Y me hizo pensar en lo que abulta una vida. El espacio que ocupa. Muchos años, mucho espacio.

Muebles, cuadros, vajillas, enseres de cocina, y libros, muchos libros. Y hay que tener en cuenta el nuevo espacio. Es irremediable.

Más allá del espacio, aunque quizá forzado por la adecuación a ese espacio, yo he disfrutado de todo lo que ocupa esa vida. Porque haciendo limpieza aparecen innumerables tesoros que te sorprenden, que te hacen recordar un momento concreto en el que ocurrió algo que casi habías olvidado.

La vida de tus abuelos, los recuerdos con tus tíos, la ocasión o el momento en el que tú o tus hermanos hicisteis ese regalo concreto. Una dedicatoria de hace muchos años, que desconocías hasta ahora, y que te permite visualizar a la persona y los sentimientos de cariño y cierta socarronería que pasaban por su mente cuando lo escribía …

Y los libros que leíste de joven, que por supuesto, se conservan; los recuerdos de los viajes que hicimos juntos, o que hizo con otras personas, amigos todos. Los juguetes de los pequeños que han ido pasando por esa casa, y que todavía, en algún rincón de algún armario, esperaban al siguiente pequeño.

Es impresionante, y es de agradecer, lo que abulta una vida. Mucho más allá de los metros cuadrados que ocupa o de los tramos de estanterías que encuentres. Con un sentido mucho más profundo. Por eso creo que es un privilegio el poder revivirla juntos. El comentar las anécdotas, el recordar las bromas, el rescatar de la memoria momentos y personas.

Y hacerlo en familia, y hacerlo juntos, es mucho más enriquecedor. Probablemente lo que más me sorprenda es que todo lo que abulta una vida, ensancha el corazón, que no tiene un espacio delimitado y en el que siempre cabe más.

Muchas veces llegamos tarde a hacer las cosas que importan. En esta ocasión yo he tenido la suerte de llegar antes. Y de no llegar sola. Llegar, como a todo lo importante, con la familia.

Todo esto me hace volver a pensar en qué bueno es vivir, qué bueno es querer, qué bueno es transmitir esa bondad. Qué bueno es que el corazón se vaya llenando de todo lo que implica la vida, y que vayamos viviendo, disfrutando y recordando, con los demás, todo lo que hace que nuestra vida abulte.

  • Carmen Fernández de la Cigoña es directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia