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a verEnrique García-Máiquez

La libertad es un purasangre

Dios permite tanta libertad previa porque sacará bien del mal, en el peor de los casos. Y tanto bien sacó, que al bocado de marras se le llama en bellísima y ortodoxa paradoja 'felix culpa'

Me leería entero El liberalismo y sus descontentos (2022), de Francis Fukuyama, si la desazón de los liberales no fuese una de mis últimas preocupaciones, si el arte no fuese tan largo, si la vida no fuese tan corta… Marisa de Toro nos ha contado que el célebre politólogo, para defender la libertad, pone el ejemplo del caso de Eva y Adán con la manzana. Habida cuenta de las funestas consecuencias para la Humanidad de aquel menú vegano, no parecía la más afinada propaganda liberal. Sin embargo, podía ser que Fukuyama se hubiese marcado una apología fructífera.

La clave, naturalmente, estaría en Dios. Dios no quería que Adán y Eva mordiesen la manzana, pero les dio la asombrosa libertad de hacerlo, incluso sabiendo –omnisciente– que se la tragarían como un anzuelo. ¿La libertad merece la pena de la posibilidad de usarse tan rematada y endiabladamente mal? Eso es lo que parece indicar el Génesis y lo que debería exaltar a un liberal brillante.

Intrigado, fui a ver qué decía Fukuyama, y era una pifia. Que Adán y Eva habían ganado la libertad al trincar la manzana. ¡Como si no la hubiesen traído de fábrica para trincarla o, mejor, no!

Dios permite tanta libertad previa porque sacará bien del mal, en el peor de los casos. Y tanto bien sacó, que al bocado de marras se le llama en bellísima y ortodoxa paradoja felix culpa. Se la juega al mal: le coge las vueltas.

Hay que optar, pues, por la libertad siempre… que quepa esperar del eventual mal un bien cierto. Si no –ay, Fukuyama–, la libertad ha de coartarse. Dios no la coarta jamás porque para Él no hay nada irredimible; pero sí lo hay para los hombres. Esa coacción la hacen todos los ordenamientos penales frente al crimen.

A la vigorosa imagen de Matthew Arnold –la libertad es un caballo espléndido si galopa hacia algún buen sitio– hay que darle más cuerda. La libertad es un purasangre vaya a algún sitio o trote tan tontamente alrededor del picadero. Salvo que se desboque, que entonces hay que tirar de las riendas. Rémi Brague actualizó la imagen hablando de un taxi. No cumple su función cuando va dando vueltas por la ciudad con el letrero de «libre», sino cuando presta un servicio llevando a un cliente a un sitio particular y adecuado. Perfecto, pero las vueltas previas son un requisito. Sólo cabría detener en seco al taxi que lleva a unos atracadores a dar un golpe.

Metáforas aparte, lo significativo es que el único que puede sacar bien del mal –una segunda creación del mismo nivel que sacar algo de la nada– es Dios. Lo que explica este rarísimo fenómeno contemporáneo: a medida que lo expulsamos de nuestras sociedades, las libertades concretas se restringen proporcionalmente. Para descontento de unos desconcertados liberales que no entienden por qué y menos aún que ellos han contribuido a que todo lo que no esté prohibido sea obligatorio, o casi, y cada vez más.

Ocurre porque lo políticamente correcto, tan diligente en decir que cualquier cosa está fatal, es incapaz, en cambio, de sacar ningún bien del mal; y solo eso es, en última instancia, el aval de la libertad verdadera. El cristiano tampoco puede; pero sabe que Dios lo hará, y da, por tanto, muchísimo hilo a la cometa. Un escritor profundamente católico como Cervantes escribió: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos».

Donoso Cortés advirtió de que, a menor conciencia personal, más policía y coacción política, como estamos viendo. A lo que hay que sumar esta segunda ley, que también vamos comprobando: a mayor ausencia de Dios, más necesidad de sofocar la mera posibilidad de escoger el mínimo mal, sea este auténtico o woke. Contra todo pronóstico, acabaremos en la servidumbre totalitaria a base de relativismo y liberación.