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El prior en la abadía benedictina del Valle de los Caídos atiende al diario El DebatePaula Argüelles

Congreso Católicos y Vida Pública

Santiago Cantera: «El cristianismo es una religión que nos mueve a la alegría»

Hablar con Santiago Cantera permite conectarse con la larga tradición de la Iglesia, sin dejar de estar ni un minuto en el siglo XXI. No en vano, su fundador San Benito «es uno de los padres de Europa»

Santiago Cantera es uno de los monjes benedictinos más conocidos en España. Es prior en el Valle de los Caídos y, charlando con El Debate, asegura que «la búsqueda de Dios es una necesidad constante del ser humano y se recurre a los monasterios como lugares de encuentro con Dios».

Hablar con Santiago Cantera permite conectarse con la larga tradición de la Iglesia, sin dejar de estar ni un minuto en el siglo XXI. No en vano, su fundador San Benito «es uno de los padres de Europa». «Pero no fue su pretensión», aclara, «ni la de los monjes benedictinos, hijos espirituales suyos». Sucedió que «los monasterios se convirtieron en centros de referencia durante una etapa de crisis social, política, cultural». Como la historia se empeña en repetirse, charlamos con él durante el 24º Congreso Católicos y Vida Pública.

–Católicos y vida pública. ¿Qué tiene que decir un monje a los que están en la vida pública?

–La vida pública fundamentalmente corresponde a los laicos, a los seglares. Un monje contemplativo lo que puede transmitir es algunas ideas a partir de una experiencia espiritual y de unos conocimientos teológicos y espirituales. Para orientar, para ayudar, para alentar, para guiar. Pero a quien corresponde la acción pública propiamente es a los seglares.

–Hemos entrevistado a Armado Pego y hemos comentado que, antes, la vida monástica iluminaba y daba centralidad a la vida de los laicos, sabiendo que una cosa es la vida retirada y otra cosa era laica. ¿Esa integración espiritual hoy se ha quebrado?

–Armando Pego es una persona a la que admiro por sus publicaciones; he recibido alguna dedicada por él y se lo agradezco mucho. Son libros de una profundidad y un interés muy notable. Es verdad que, en comparación con el auge que tuvieron durante la Alta y la plena Edad Media, la influencia que hoy pueda existir de los monasterios es más limitada. Pero los monasterios muchas veces siguen siendo referentes, porque la búsqueda de Dios es una necesidad constante del ser humano, y se recurre a los monasterios como lugares de encuentro con Dios. Siguen siendo puntos en donde encontrar una visión que explica la realidad del mundo, del hombre y de Dios.

–En la charla con Armando Pego se aludió a Tomás Moro, como figura que suponía una simbiosis entre la vida civil y una evidente alma monacal. Dejando de lado las consideraciones políticas, ¿no supone a fin de cuentas una propuesta espiritual, de los cimientos de una vida?

–Sí, de hecho, hay personas que en la vida pública sustentan su actividad a partir de una espiritualidad vivida en torno a un monasterio, a partir de una espiritualidad monástica. E incluso en el ámbito empresarial, y en algunas instituciones culturales y políticas, se ha tomado la Regla de San Benito como punto de referencia, como un código que aporta no solo unas pautas espirituales, sino también unas pautas muy sabias de organización humana, de organización social. La vida monástica está abierta y es aplicable a la vida espiritual de los laicos. En el ámbito benedictino, existen los oblatos: seculares benedictinos que viven la espiritualidad monástica en el mundo. Eso contribuye a iluminar muchas de sus actividades sociales y públicas.

La existencia con los difuntos, con los cuerpos de los difuntos, proporciona una cercanía muy grande a ellos y a sus almas

–Usted vive en un lugar donde hay muchas personas enterradas. ¿Eso les proporciona perspectiva espiritual de mayor hondura?

–El compartir el tiempo, la existencia con los difuntos, con los cuerpos de los difuntos, proporciona una cercanía muy grande a ellos y a sus almas, a sus vidas. Proporciona una visión trascendente de la realidad. Hace sentir y entender también el dolor, el sufrimiento, el sacrificio de todos ellos, que han muerto en la guerra. Y conlleva una visión de amistad con los difuntos. Los cementerios católicos aportan paz a quien entra en ellos; ya lo explica la palabra «cementerio» [del griego koimao «echarse a dormir»], que es un dormir de cara a la vida eterna. Un cementerio es donde se reposa, a la espera de la resurrección definitiva de los cuerpos. Y esa cercanía forma parte de la Comunión de los Santos dentro de la Iglesia. Nosotros podemos interceder por los difuntos que aún no han alcanzado el Cielo, y los difuntos que lo han alcanzado pueden interceder por nosotros.

–A raíz de la pandemia, y al contrario de lo que sucedió en el siglo XIV con la Peste Negra, se ha echado de menos en la Iglesia volver a hablar de las Postrimerías y de la penitencia. ¿Eso sería un signo de secularización, que no laicización?

–Creo que sí. Es una lástima, pero toda la epidemia de la covid ha sido, en gran medida, una «oportunidad» perdida para que desde la Iglesia se acentuara una predicación más honda que animara a la reflexión sobre el sentido de la enfermedad, el sentido de la muerte, el sentido de la vida y el sentido trascendente del ser humano. Estamos ante una secularización del mensaje cristiano que nos lleva a la inmanencia, a hablar solo de las realidades de este mundo, olvidando que la vida no termina aquí y que todo alcanza su sentido en Dios, que trasciende nuestra realidad terrena.

El cristianismo destaca la alegría de saberse perdonado, de saberse amado

–Hace unas semanas, precisamente, se ha celebrado la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Pero cada vez son más quienes a esos días los denominan Halloween.

–La institución de la celebración de los Fieles Difuntos –para orar por quienes están en el Purgatorio– se debe, fundamentalmente, a un abad benedictino, San Odilón de Cluny, en el siglo XI. Lo bonito del mensaje cristiano en ambas fiestas es el triunfo de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado, sobre el demonio. Estamos llamados a la vida eterna y podemos interceder por aquellos que todavía no la han alcanzado. Esta fiesta de Halloween, por el contrario, incide en la fealdad, en el horror de lo monstruoso. Es indicio de paganización y, además, resulta ajeno a nuestra tradición cultural. Sin embargo, el cristianismo nos habla de la gloria de los santos y la felicidad. El cristianismo es una religión que nos mueve a la alegría. Por supuesto, desde la penitencia y el arrepentimiento de nuestros pecados. Pero destaca la alegría de saberse perdonado, de saberse amado.

–De eso ustedes los monjes saben mucho. Durante muchos siglos nos han propiciado mucha alegría, porque han sido grandes cerveceros, grandes enólogos. Han inventado el whisky y el champán. ¿Qué distingue a los monjes de hoy de los de aquellos siglos?

–Lo esencial sigue vivo. El mismo mensaje, la misma espiritualidad, la misma teología que subyace en esta vida religiosa monástica, de las enseñanzas de los de los Santos Padres que iniciaron nuestra vida, desde los Padres del desierto egipcios del siglo IV. Lo que puede haber cambiado son algunos aspectos circunstanciales. Antes se trataba de una economía predominantemente agraria y rural, y hoy existe una amplia economía de mercado. Pero siempre se busca la simplicidad, la sencillez. Lo esencial, los fundamentos, siguen siendo los mismos.

–¿Qué aconseja usted a un laico para su vida espiritual diaria?

–Lo primero sería acentuar el sentido de la presencia de Dios, cuidando de momentos de oración y de lectura espiritual. Puede ser el rezo de las Horas del Oficio Divino, sencillas jaculatorias, pequeñas oraciones, pequeñas elevaciones del alma hacia Dios. Lo segundo es el cuidado de la vida sacramental, sabiendo que los sacramentos son la vía ordinaria de la gracia. En tercer lugar, enfocar toda nuestra actividad y nuestras obligaciones familiares, sociales, laborales, desde esta mirada de Dios. También aconsejo la lectura de los escritos del hermano San Rafael Arnaiz, un monje de nuestro tiempo que vivió poquito la vida monástica, pero se penetró de ella. Profundo y sencillo al mismo tiempo.