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noches del sacromonteRichi Franco

Qué es la espera, si esperamos algo todavía

Aunque creemos saberlo todo y no esperamos ya nada del nuevo día, aún queda mucho por ver

Frente a la tentación reactiva del escéptico que dice no esperar nada y pone carita de amargura ante el porvenir, todo nuestro comportamiento parece que se empeña en decir lo contrario. En eso nos mentimos un poco porque, desde anoche mismo, ya esperábamos de hoy que fuera un día tranquilo, sin demasiadas prisas ni imprevistos desagradables, después de haber esperado durante toda la semana para ver a quien usted sabe, o hacer lo que buenamente viene en gana que, a veces, se reduce a tumbarse santamente en el sillón, que ya está bien...

Frente a la despreocupada postura de quien cree pasar de todo y que nada ni nadie influirá en su natural fluir por el mundo, también hay que decir que aquí se miente un poco, ya que hasta para pasar de todo, o que todo nos resbale, hace falta esperar que a uno lo dejen en paz con sus maravillosos planes, esos con los que luego se aburre soberanamente, pero libre de ataduras y afectos, eso sí.

De este modo, conscientes o inconscientes, esperamos y esperamos mucho o poco de cada día, pero esperamos. Es nuestra posición natural, nuestro modo de estar, nuestra predisposición a sorprender un pequeño o gran resplandor de novedad dentro de la aparente rutina de cada día, llena en tantas ocasiones de aparentes gestos distraídos y cerrazón en nuestros palacios de invierno. Pero esto también se dice pronto; luego, a la hora de la verdad, no sabemos muy bien estar solos y salimos a ver qué es eso que nos tiene en vilo y como en tensión para sorprenderlo frente a la mirada antes de escaparse y desaparecer entre la muchedumbre.

Cada uno se hace una imagen de lo que debería ser esa espera. A menudo la asociamos a aquello que nos resulta más atractivo: el viaje que hace falta, la compañía perfecta, el encuentro feliz, o el divinizado triunfo del amor por el amor, que dicen los cursis y los que no han hecho cuentas con su propia decadencia. Cada uno sabe, (y no es plan de hacer ahora terapia de grupo), con qué llena su imaginación en las horas de guardia frente al timón y de qué color marca los días en el calendario, hasta que llegue la hora de satisfacer plenamente esa imagen con la que se ha hecho larga la jornada de estudio y las obligaciones que parecen interrumpir nuestro ansia de libertad. Y sin embargo hay muy poca gente consciente de ser esta espera de alguien distinto, de sentirla como un movimiento continuo del corazón que lo domina todo y que va a su aire, aunque tantas veces sea censurada o deglutida como ansiedad.

En cualquier caso, se espere lo que se espere de la vida y sus sorpresas, sí se puede reconocer una pequeña o gran esperanza que se resiste a morir en nosotros y que se manifiesta, más o menos confusamente, en el hecho de levantarse por la mañana contra todo pronóstico para ver un nuevo día, para desentumecer los huesos y el alma con algún café y con la ayuda de la escalera mecánica que nos lleva mansamente hacia el futuro más inmediato, hacia el siguiente minuto, hacia la siguiente hora en la que se espera ver de alguna manera lo que aún no hemos visto; aquello misterioso que se escapa de nuestra mirada en el paisaje del tiempo y, afortunadamente, de nuestro escaso control; aquello misterioso que se asoma en el rostro de alguien querido como un pequeño fulgor de la belleza y la bondad inmensa que aún nos queda por ver de Dios.