«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco»
si nos asomamos a la vida de Jesús de Nazaret, quedan reveladas muchas de las cuestiones sobre el hombre
¿Qué pensará Dios de los hombres? ¿Se habrá arrepentido de crear una especie que se enfrenta constantemente a sí misma, a la creación e incluso al mismo Creador? Pese a todas las preguntas que podamos hacernos sobre la mente del Creador, si nos asomamos a la vida de Jesús de Nazaret, quedan reveladas muchas de las cuestiones aludidas. Desde el primer instante Dios manifiesta su amor por nosotros, e incluso lo declara abiertamente en el Bautismo de Jesús en el río Jordán. Esto podría desconcertarnos, pues a todas luces se ve que el ser humano es capaz de lo peor y no son pocos los desmanes y desastres que la humanidad ha provocado. Pero no olvidemos que a la vez el hombre es también capaz de lo mejor, es decir, de realizar las acciones más heroicas y más bellas por amor a Dios y a los demás. Es por esto que en el Bautismo de Jesús se oye la voz del Padre que dice que es su hijo amado, en quien se complace y no lo dice por su propio Hijo sino por cada ser humano, con el que Cristo ha venido a identificarse y compartir destino. Es bueno recordar que el don de ser hijos de Dios se realiza en el sacramento del Bautismo, por el cual se nos «injerta» en su naturaleza sobrenatural de tal modo que somos transformados en nuestro interior sin que se note en lo exterior. Aunque la mayoría de los cristianos somos bautizados al inicio de nuestra vida sin conciencia del hecho realizado, todos estamos llamados en algún momento de nuestra vida a aceptar ese bautismo y bajar con Jesús al río Jordan para escuchar del Padre las mismas palabras que pronunció sobre Él. Nadie es obligado a esto, pues solo la libertad del hombre, que es la puerta del amor, puede dar un sí continuo a Dios y a su intervención en nuestra vida, a pesar de nuestras pequeñeces y debilidades. Dios al mirarnos lo hace con placer, pues eso significa complacencia, ya que ha querido unir nuestro destino con el suyo por la naturaleza humana de su Hijo y es consciente que si nos dejamos llevar por Él seremos capaces de convertir nuestra vida en la historia más bella que nunca se halla escrito. Historia en la que sucederán grandes cosas en los detalles más pequeños, en la que seremos extraordinarios en las cosas ordinarias y en la que al final, después de mucho sufrir, encontraremos la felicidad que tanto ansiamos.