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Patxi Bronchalo

Sexo con sentido

Parte del testimonio cristiano hoy en día, en un mundo tan hipersexualizado, es una vivencia sana, plena y verdadera de la sexualidad

En los años 60 del pasado siglo comenzó la llamada «revolución sexual», la cual venía a imponer una forma distinta de vivir el sexo de la que se entendía hasta entonces como buena y adecuada y hacia la que tender. El cristianismo ha defendido la sexualidad vivida plenamente como la unión entregada entre un hombre y una mujer, por amor, dentro del compromiso matrimonial y en apertura a las nuevas vidas que pueden venir. Hay quien cree que lo que la revolución sexual consiguió es hacer el sexo mejor y más pleno, sin embargo lo que realmente trajo fue un vaciamiento de todo su significado, quedándose solo con la dimensión unitiva y placentera de este. ¿Cómo lo logró? En tres pasos.

Lo primero que se hizo fue separar el sexo de la apertura a la vida, a través de la anticoncepción, creando y fomentando la inmadura mentalidad de que no hay responsabilidad en el acto sexual, que simplemente es como un juego adolescente para pasarlo bien. Por este motivo los defensores de los anticonceptivos suelen serlo también del aborto, al cual han convertido en la vía de escape última para que no haya ninguna responsabilidad en el sexo vivido como mera fuente de placer. Cuando falla el anticonceptivo se recurre al aborto, es el comodín del sexo desenfrenado.

El segundo paso fue separar el sexo del matrimonio, a través de la normalización como algo positivo de las relaciones prematrimoniales. El argumento aquí era que lo importante era el amor que se tenían los novios, por ello no necesitaban unos papeles para expresarlo mediante la vivencia de la entrega sexual. Hay que decir que si dos novios se quieren y están preparados para entregarse plenamente el uno al otro dándose y mostrándose en la total intimidad, ¿por qué no van a estar también preparados para casarse? De fondo está el pensamiento de que el matrimonio requiere madurez pero las relaciones sexuales no. Se ha dejado de entender que el sexo requiere de un compromiso sólido antes, no después.

El tercer paso ha sido separar el sexo del amor. Una vez que ha caído la responsabilidad de los hijos y del compromiso matrimonial, cae también la de que dos personas se quieran para tener relaciones sexuales. La transformación desde el sexo entendido como entrega y donación por amor hasta el sexo rápido de usar y tirar es ya completa. Esta vivencia de la sexualidad como algo que se utiliza genera en muchas personas heridas por sentirse reducidas a objetos, crea en los jóvenes una visión cosificadora sobre los demás y sobre ellos mismos.

Hoy los defensores de la llamada revolución sexual ponen el límite en el consentimiento, pero, como hemos visto, si han separado el sexo de la apertura a la vida, del compromiso matrimonial y del amor; ¿qué les impedirá ir más lejos? En los años 70 y 80 algunos llegaban a justificar abiertamente como buena la pedofilia, la cual es una enfermedad, y estaban a favor de legalizar la pederastia. No nos engañemos, aún hoy veladamente hay muchas personas que defienden estas ideas.

El sexo es don de Dios y fuente de gozo y plenitud para los esposos, pero su vivencia desordenada es una de las fuerzas más destructivas del mundo. ¿No me crees? Mira cómo destruyen familias y dañan personas la pornografía, las infidelidades, los abusos, las prácticas obsesivas, el desenfreno, el aborto, la pederastia. Parte del testimonio cristiano hoy en día, en un mundo tan hipersexualizado, es una vivencia sana, plena y verdadera de la sexualidad, mostrando la belleza de todas su dimensiones, recuperando la defensa de la castidad, la cual no es otra cosa que la vivencia ordenada de la sexualidad acorde al estado de vida concreto que se tiene, como una virtud humana que viene en nuestra ayuda. Nada promete aparentemente más que el sexo desenfrenado y al mismo tiempo nada defrauda más y deja más insatisfacción en el corazón humano. Viendo el panorama, no parece que, después de esa gran «liberación sexual» de la que hablaban los sesentayochistas, la gente sea más feliz que antes. Hace falta una vida con sentido en todas sus dimensiones, también en la sexual.