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Carmen Sánchez Maíllo

Llamar a las cosas por su nombre

La naturaleza no la cambia ni la opinión ni la legislación. La realidad no deja de ser lo que es aunque se manipule su concepto o se le pretenda dar otro nombre

La pretensión de manipular el lenguaje es antigua como la humanidad y acompaña al hombre en su relación permanente con la realidad.

En la edad Moderna, la Revolución Francesa y en la época contemporánea, la revolución soviética y la nacionalsocialista afinaron la manipulación lingüística como una técnica decisiva y central del adoctrinamiento de masas. En la Rusia soviética hablar de más fue sinónimo de delito. Sin embargo, el momento histórico en el que vivimos insiste machaconamente en el uso de un determinado lenguaje y la censura gradual de términos hasta su supresión. Se bordea, a menudo, los límites del sentido común y la lógica de lo razonable, pero los medios que se tienen hoy, son de una potencia inédita en la historia y permiten elevar la apuesta de la manipulación.

La estrategia actual de determinados poderes y lobbies es presentar el término, hacerlo común, universalizarlo para arrinconar aquellos términos y conceptos que quieren ser sustituidos, para finalmente arrumbarlos. La censura es el resultado final. Se busca que el uso de los términos incómodos acabe siendo cuasi delictivo. El que lo usa, no disiente sino que insulta. No opina, ni piensa, sino que extiende el odio.

Es preciso hacer un breve y escogido recorrido por los términos que determinados poderes y formaciones de amplio espectro ideológico promueven o sumisamente aceptan.

La interrupción voluntaria del embarazo, también conocida como aborto, sugiere que lo que se interrumpe fuese una conversación pero la vida no se interrumpe como un sonido que se emite y se deja de emitir. Lo cierto es que, o hay vida humana o no la hay, y como la hay, se acaba con ella. No se interrumpe, se elimina.

Otro término en expansión es la gestación subrogada, una forma suave y enigmática de sustituir una expresión cuya crudeza es difícil de disimular: vientres de alquiler. La subrogación es un término jurídico de significación compleja. Subrogarse remite a que alguien se pone en la posición de otro en un negocio jurídico. Ahora todo es susceptible de subrogarse, hasta la maternidad, y yo que creía que madre solo hay una, y, sin embargo, gracias a este término, se reduce drásticamente la permanencia temporal del hecho natural de la maternidad y queda sujeta al tiempo de gestación.

La fobia es un nuevo término que adorna el discurso político actual. Sucede que ahora en la neolengua de uso político y social, discrepar es odiar. Cualquier manifestación de oposición a la ideología dominante tiene como consecuencia que el opositor es un -fobo/-foba. Que yo sepa disentir de una opinión no equivale al desprecio, ni mucho menos al odio, ni desde luego supone, en modo alguno, desear la muerte o daño alguno a alguien.

La ayuda al suicidio. Es un sintagma en franca desaparición. Términos como eutanasia o muerte digna promovidas en la legislación de numerosos países han proscrito los diversos modos de asistir el suicidio. El cambio conceptual aquí no es menos poderoso que en los otros términos citados. Se postula la muerte digna como un acto individual y sujeto a la asistencia de un facultativo que ya no cura sino que dispone el final solicitado. Se trata de evitar, en definitiva, una muerte rodeado de tu familia y bajo el auspicio de que lo que Dios disponga.

El último objetivo es la familia. En las revoluciones del siglo pasado nunca pudo ser abrogada. La táctica aquí es la confusión y la reducción al absurdo. Se pretende que la familia no es lo que siempre hemos entendido sino que forma parte de un universo conceptual que acoge a toda agrupación posible de personas. Si un concepto agrupa muchas realidades se diluye inevitablemente pues deja de describir una realidad y se convierte un concepto vacío.

Se ha descrito la táctica y se trata de advertir las falsedades que la política actual trata de vender como avances cuando son involuciones claras a la libertad.

La naturaleza no la cambia ni la opinión ni la legislación. La realidad no deja de ser lo que es, aunque se manipule su concepto o se le pretenda dar otro nombre. Hablemos claro, como dice el dicho popular español «al pan, pan y al vino vino». Los embriones no se interrumpen, discrepar no es odiar y la familia es lo que hemos entendido toda la vida.

Estos poderes olvidan que su soberbia pretensión choca y chocará tarde o temprano con lo que Horacio advirtió: «la naturaleza siempre vuelve».

  • Carmen Sánchez Maíllo es la Secretaria Académica del Instituto de Estudios de la Familia del CEU san Pablo