«Vosotros sois la luz del mundo»
Si nos llenamos de su Gracia y de sus enseñanzas, seremos capaces de llevar su misma luz a los corazones que viven en tinieblas y en sombras de muerte
Desde pequeños nos han enseñado a temer la oscuridad, pues nada más terrible y peligroso que no saber qué es lo que tengo delante y cómo abordarlo. También tememos a las personas que son oscuras, que ocultan su interior pues no quieren que conozcamos sus intenciones torcidas. Por eso, Jesús recuerda a sus discípulos que somos la luz del mundo, en la medida en que si nos llenamos de su Gracia y de sus enseñanzas, seremos capaces de llevar su misma luz a los corazones que viven en tinieblas y en sombras de muerte, pues desconocen Quién es el que les espera al final de la vida y cómo poder acceder ahora a su corazón.
El mundo necesita a los cristianos más que nunca en tanto en cuanto somos un referente para muchos de la verdadera identidad del hombre. No son pocos los que no se conforman con la actual dictadura de lo políticamente correcto, por la cual tenemos todos que pensar lo mismo respecto a temas tan trascendentales como el valor de la vida humana, la posibilidad de vivir en la verdad o el sentido trascendental de la existencia. Parece que hay una serie de «poderes» empeñados en que nunca nos paremos a pensar en profundidad sobre el significado de las cosas que nos van ocurriendo, que se esfuerzan por convencernos de una «verdad oficial» a la que hay que sumarse si no quieres correr el riesgo de quedar socialmente apartado.
Pero Jesús nos advierte que la luz que se oculta no sirve para nada, como la sal que se vuelve sosa o como el cristiano que se avergüenza de vivir su fe con todas las consecuencias que esto supone. La fe que se proclama en público se hace más sólida, pues nos compromete mucho más en la medida en que nos sabemos observados tanto para el bien como para el mal.
Esta, en definitiva, es la última razón por la que el Señor nos pide que seamos coherentes con nuestros principios cristianos, pues el día que sucumbamos a las exigencias de la dictadura del relativismo moral dejaremos de ser hijos de la luz y nos convertiremos en hijos de las tinieblas, dejaremos de ser nosotros mismos para convertirnos en unos títeres de otros que se interesan por nosotros, en la medida en que les conviene económicamente o bien para mantenerse en el poder. El día que la voz de los cristianos deje de oírse en los foros públicos, en los lugares donde se legisla, donde se cura o donde se decide sobre el ser humano, será el día más triste de una humanidad que se desintegra.