«He venido a dar plenitud»
Los fariseos eran muy cumplidores de todos los preceptos y, aún así, tenían en corazón muy oscuro y alejado del Señor
Muchos son los que creen que el Antiguo Testamento es un paso que se debe superar cuando sucede el encuentro con Cristo, de tal modo que toda la antigua ley de Moisés queda suspendida ante la llegada del Mesías. Pero Jesús dice precisamente lo contrario: no ha venido para anular la ley sino para darle su verdadero significado y así llevarla a plenitud, de tal manera que la ley deja de ser un yugo difícil de llevar para convertirse en un camino seguro que nos ayuda a crecer en el amor. No es el mero cumplimiento de los mandamientos lo que nos convierte en justos ante Dios, pues los fariseos eran muy cumplidores de todos los preceptos y aún así tenían en corazón muy oscuro y alejado del Señor. Es lo que sucede por dentro del hombre lo que realmente le define ante su Creador y ante los demás, pues por muchas obras buenas que hagamos si no están motivadas por el amor verdadero no sirven para nada. Son nuestras decisiones personales las que nos van configurando como personas creyentes que se apoyan en la gracia de Cristo para realizar su propia historia de salvación y eso solo sucede en lo más profundo de nuestra intimidad. No somos lo que se ve por fuera sino lo que decidimos ser por dentro, aunque muchas veces nuestra debilidad de carácter nos impide llevar a buen término nuestros deseos. Hay una frase dirigida a Dios que dice los siguiente: Dios mío, no me juzgues por la persona que he sido, sino por la persona que he deseado sinceramente ser. Mientras que nuestros deseos interiores estén orientados a recibir el amor de Cristo para después entregarlo a los demás vamos bien, aunque tengamos muchas veces fallos, debilidades y errores en la ejecución de nuestros deseos. Es por esto que Jesús nos pide que cumplamos sobre todo los preceptos más pequeños de la ley, pues es consciente que son pocas nuestras capacidades y no llegamos muy lejos en nuestras obras, pero que en el fondo si me esfuerzo en poner mucho amor en las cosas pequeñas de cada día, especialmente en mis relaciones familiares, haciendo que los demás se sepan amados y que les damos mucha importancia estamos unidos a la mente y al corazón de Cristo. Sabe el Señor que somos como niños que siempre están aprendiendo y que no aspiran a la perfección absoluta sino que día a día nos enfrentamos con diversos retos de amor que las circunstancias nos van proponiendo. A veces salimos airosos, otras fracasados, pero nunca perdemos la esperanza de ser agradables a Dios.