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Jorge Soley

Kate Forbes y los test de pureza en Escocia

Los feroces ataques a Forbes recuerdan lo que les ha ocurrido a otros líderes políticos que se toman en serio sus creencias religiosas

A pesar de contar con algo menos de 5,5 millones de habitantes, desde hace una década Escocia atrae muchas miradas. El referéndum de 2014, su posición ante el Brexit o, más recientemente, la dimisión de su ministra principal, Nicola Sturgeon, tras más de ocho años en el cargo a consecuencia de su polémica ley trans, explican esta notoriedad.

Precisamente la campaña para decidir la sucesión de Sturgeon nos brinda un magnífico ejemplo para reflexionar sobre la evolución de nuestras sociedades occidentales. En concreto, lo sucedido a la candidata a liderar el SNP, Kate Forbes.

Forbes es miembro de la Free Church of Scotland, una denominación evangélica de ese calvinismo que tanto arraigo tuvo en Escocia. En una entrevista, Forbes sostuvo que ella no habría votado a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y que cree que los niños deben nacer dentro del matrimonio. Ha añadido, eso sí, que en caso de ser elegida nueva ministra principal no pensaba modificar la ley, dejando caer la coletilla de que esas convicciones son creencias personales suyas pero de ningún modo posturas políticas. No le ha servido de nada para detener la avalancha de ataques mediáticos que se le ha venido encima. Un ejemplo bastará para percibir el tono de esas críticas: Ian Macwhirter, un influyente columnista escocés, ha escrito: «A Kate Forbes se le permite tener creencias religiosas siempre que renuncie a ellas en público».

No es la primera vez que ocurre. Los feroces ataques a Forbes recuerdan lo que les ha ocurrido a otros líderes políticos que se toman en serio sus creencias religiosas. El líder de los liberal-demócratas, Tim Farron, tuvo que renunciar a su cargo tras las elecciones generales de 2017, explicando que le era «imposible atenerse fielmente a las enseñanzas de la Biblia» y seguir siendo un político en activo.

Gavin Ashenden ha escrito que «tal vez una de las formas más acertadas de comprender estos ataques sea verlos como un acto reflejo anticristiano de una cultura que quiere inventar sus propias reglas morales y odia cualquier recordatorio de que el cristianismo hace afirmaciones morales sobre nuestro comportamiento. El avestruz hedonista y autocomplaciente entierra la cabeza en la arena, se mete los dedos en las orejas y suelta a los perros del desprecio contra cualquier voz cristiana que cuestione sus presupuestos».

Parece como si las tristemente célebres Test Acts hubieran vuelto a ser la ley en el Reino Unido. Aquellas fueron una serie de leyes penales, introducidas en el siglo XVII, que revocaban diversos derechos a quienes no mostrasen su adhesión a la iglesia anglicana, es decir, suponían una discriminación para los católicos y otros disidentes religiosos. Era, por ejemplo, obligatorio para acceder a un empleo público haber recibido la comunión… en una celebración anglicana y durante los tres meses siguientes al acceso al empleo. Además, toda persona que ocupara un empleo público, civil o militar, tenía que prestar juramento de lealtad a la iglesia de Inglaterra, firmando una declaración en la que se rechazaba la transubstanciación del pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Lo que ha ocurrido con Kate Forbes refleja el regreso de estos test de pureza religiosa: si quienes aspiraban a un cargo público en el siglo XVII tenían que jurar que no tenían creencias católicas y que adherían a la iglesia anglicana, en nuestros días deben igualmente renunciar a sus creencias religiosas y adherir a la nueva doctrina oficial del Estado, la doctrina woke. Es incluso peor: de exigirse la aceptación hemos pasado a la exigencia de la afirmación, de la promoción. No basta ya con aceptar toda una batería de leyes contrarias a las enseñanzas de Jesucristo (aquello que se suele decir cuando la sentencia es condenatoria: estoy en desacuerdo pero la acato), ahora se exige a cualquier líder político que las promueva, que extienda su alcance, que se convierta en un campeón de su causa. Ya no basta con comulgar una vez al año en una iglesia anglicana, ahora se exige convertirse en predicador de la buena nueva woke.

Kate Forbes, finalmente, en un intento por salvar las opciones de su candidatura, ha hecho pública una larga disculpa por sus comentarios en la que explica que:

«La identidad de todo líder es polifacética: soy mujer, soy de las Highlands, tengo una fe. De todas estas características, las preguntas de los últimos días se han centrado en mi fe religiosa. Me siento muy agobiada por el hecho de que algunas de mis respuestas a las preguntas de los medios de comunicación hayan causado daño, lo que nunca fue mi intención al tratar de responder a las preguntas con claridad.

Defenderé a ultranza los derechos de todos en Escocia, en particular de las minorías, a vivir y amar sin miedo ni acoso en una sociedad pluralista y tolerante. Defenderé las leyes que tanto ha costado conseguir, como servidora de la democracia, y trataré de mejorar los derechos de todos a vivir de un modo que les permita prosperar. Creo firmemente en la dignidad inherente a cada ser humano; eso sustenta todas las decisiones éticas y políticas que tomo».

No sabemos si Forbes conseguirá ser la nueva ministra principal de Escocia, pero sí va quedando claro que un cristiano en el Reino Unido (¿y aquí no?), si quiere alcanzar las máximas responsabilidades, debe dejar claro, como mínimo, que es una persona escindida, cuyas creencias más profundas no influirán en su actuación como gobernante, permaneciendo éstas en el ámbito de su intimidad. Aunque es probable que ni siquiera esto baste.