El amor: cómo sí se transmite la tradición
«Mira», diría un verdadero amante de la tradición humana: «pregunta, calcula, mide el silencio de la flor cuando el viento la mueve con su calma»
Como estamos en tiempos en los que todos imponen sus visiones del pasado, hay que tratar de traer un poco de sentido común a eso que llamamos de una manera un tanto rimbombante como 'Tradición', y que es algo más complejo que lo que vemos en el bucólico revival de las nuevas mamás que hacen el pan en casa y reciben a la familia entre cantos de alabanza.
Se nos ha llenado tanto la boca y las redes sociales de suspiritos ante fotos de otro mundo y frases epatantes y descontextualizadas de Chesterton y compañía, que hay que decir que tanta idolatría al pasado no sirve de nada frente a un dolor de muelas concreto, aquí y ahora, sin calmantes y sin medicinas. No hablemos de los partos. No hablemos de las guerras.
Usar cualquier acontecimiento para remarcar que en otro tiempo todo era mejor, más agradable y, por supuesto, más español, es hacerle un flaco favor a la verdad de la Tradición. Y si no, que hablen un poco los historiadores libres y nos iluminen con alguna que otra gesta destructiva, escondida entre los apuntes de los que se lo llevan crudo en las conferencias del Imperio donde el rosa, apenas se pone.
Porque, amigo, autoproclamarse la encarnación histórica de un legado no puede ser nunca al precio del desafecto al presente, ya que es este (el pobre presente) el único lugar en el que a modo de playa, rompen las olas calmas o resacosas de nuestra idealización, cuando no de nuestra mentira.
Si hablamos de Tradición, hay que hacerlo con menos loas y explicar más cómo se transmite para que, por fin, sepamos el color del plumero que se esconde detrás de los supuestos defensores de la verdad. Y por eso, precisamente, yo no escondo qué entiendo por Tradición ni tampoco el color de mi plumero, que es el de la Caridad recibida. El del amor que une cada eslabón humano de la historia.
Por que lejos de ser una amalgama de usos y costumbres para la vida campestre, o el libro de instrucciones del buen vivir «como Dios manda», la Tradición es la única manera como cada uno de nosotros aprende a enfrentarse al mundo misterioso que encontramos al nacer. Pero, ¿ quién nos dice cómo se transmite, o cómo se encarna en nosotros (que también somos tradición), más allá del ensalzamiento interesado de ciertos aspectos o de la cristalización de las costumbres hasta su muerte?
La tradición, antes que legado escrito o memorizado, es conocimiento humano, vivo, que se entrega en una relación en la que uno le da al otro algo de sí; algo que no es solo una fórmula matemática o un ripio rimado, o un programa de valores, sino una entrega en el amor. Y dentro de esa entrega va, consciente o inconscientemente, el valor de las cosas y de la vida.
Tampoco hace falta ser padre o madre para comprenderlo. Hace falta tener un corazón humano frente a la necesidad del otro. Por eso, la entrega de una Tradición tiene tan poco que ver con la propaganda y tanto que ver con la Caridad; con el amor de alguien que ha empezado a mirar tu necesidad y la ha respondido; no tomándote el pelo, sino tomándote en serio y valorando tu capacidad de comprensión de la realidad.
Quien te entrega su conocimiento con amor en sus acciones, en sus palabras y en su mirada hacia ti, viene como a decirte: «mira, yo vivo así; esto me ayuda; te doy lo que soy y lo que sé del mundo para ayudarte».
«Mira», seguiría diciendo alguien con un poco de caridad y que no nos tomara por tontos: «busca dentro de las cosas; no te quedes en su superficie, ni en el rumor de lo acostumbrado. Abre los ojos y los oídos. No seas como el necio que acoge los consejos sin preguntarse su razón».
«Mira, yo te ayudo», seguiría diciendo alguien con un poco de amor por el prójimo: «ama lo que ves porque te ha sido dado para que vivas; para que descubras el secreto de tantos que han llegado hasta ti para traerte su conocimiento y para que tú lo compares con lo que quieres de tu vida».
«Mira», seguiría diciendo un verdadero amante de la tradición humana: «pregúntate, calcula, mide el silencio de la flor cuando el viento la mueve con su calma. Asómate al misterio matemático y lírico de todas las cosas, que susurran con sus números y sus letras el origen gratuito del tiempo en el que has sido llamado a habitar».
Por que, en definitiva, transmitir la Tradición es vivirla; es una invitación a mirar, a hacer preguntas, a medir, a calcular, a comparar el infinito mundo que nos rodea junto a una mano que te sostiene y que está agarrada, a su vez, a otra mano y a otra mano, hasta perderse esa cadena humana en la lejanía del pasado y de la eternidad.