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Animal de AzoteaJosé María Contreras Espuny

A Dios por los sentidos

Algunos, sobre todo de Despeñaperros para arriba, detectan en nuestra Semana Santa restos de paganismo, asomos de idolatría y mucho faranduleo, una fe inmadura y popular. ¿Qué le vamos a hacer?

Nuestros hijos son un campo de batalla en el que guerreo contra mi mujer y donde siempre gana ella. Yo persevero: intento alinearlos conmigo, que se les peguen mis cosas. Pero no hay manera. Menos mal que también Matilde es sevillista porque, de otro modo, ni eso habría caído de mi lado, por más que a ella le importe el fútbol entre nada y nada en absoluto.

Con las cofradías no he tenido tanta suerte. Mi casa es de Jesús Nazareno, la suya de la Virgen de los Dolores. El problema es que ambas procesionan la mañana del Viernes Santo, y ya se pueden imaginar en cuál se visten los niños. Por ahora solo salen los dos mayores, y no de penitentes, sino de acólitos, con la cara descubierta, su cestita, su capa y su roquete. Guiados por las paveras, junto a más chiquillería, conforman un pequeño rebaño y se dedican a repartir estampitas como si las tuvieran contadas y a comer caramelos como si mañana los fueran a prohibir.

Este año, para que de la mano de su emocionada madre llegaran a tiempo a la Colegiata, tuve que quedarme con las dos pequeñas, lo que me ha impedido acompañar a Jesús en la megachicotá: levantan el paso en la Plaza España y lo posan una hora y cuarto después en todo lo alto del pueblo. Una brutalidad pueblerina, hermosa y emocionante. Como las calles son estrechas, hay que andarse avispado. O te metes en la bulla en el momento justo, o ya no lo ves hasta que finalice el ascenso. Codeas un poco y lanzas una ráfaga de perdones para colocarte frente al paso, y mientras este avanza, tú y otros cientos retrocedéis al unísono. El resultado es una masa extrañamente sincronizada que, con los ojos llenos de lágrimas y clavados en la figura de Jesús Nazareno, escala las cuestas hacia atrás como los cangrejos, al ritmo de cornetas y tambores.

Por supuesto el cangrejeo es informal y un tanto irrespetuoso. La gente desbarata la penitencia, empuja los ciriales y obliga al del libro de reglas a llevarlo sobre la cabeza como si estuviese cruzando un río. Toda organización debe ser suspendida porque durante esa hora y pico el pueblo, por así decirlo, secuestra el paso. Que lo devolverá, pero a su tiempo. Es sobrecogedor: el incienso, la banda, la mañana de abril… y Jesús avanzando, partiendo la muchedumbre como el barco parte las aguas. La vista, el oído, el olfato… Cada mañana de Viernes Santo mi pueblo se eleva a Dios a través de los sentidos. Es una oración palpable, corpórea, que abulta y respira.

Algunos, sobre todo de Despeñaperros para arriba, detectan en nuestra Semana Santa restos de paganismo, asomos de idolatría y mucho faranduleo, una fe inmadura y popular. ¿Qué le vamos a hacer? De todos modos nos sentimos bastante justificados. Cristo fue del todo hombre y del todo Dios. Nosotros, en cambio, no somos más que hombres, hombres hasta las trancas, por eso necesitamos tocar, oír, ver… así que pedimos con Felipe: «Muéstranos al Padre». Y como Cristo dijo que quien lo viera a Él vería al Padre, y como por aquí nos gustan más bien poco las introspecciones y las metáforas, llevamos a Jesús por las calles cada Viernes Santo para que todo el mundo lo vea.