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Animal de AzoteaJosé María Contreras Espuny

¿Qué son las elecciones municipales, papá?

Ni con lo de hacer bebés, ni con la muerte, ni con la Trinidad, ni siquiera con la Inmaculada Concepción me vi en tal aprieto

José María acaba de cumplir siete años y el otro día estaba, caviloso y con la cabeza a menos cuarto, plantado frente a un cartel. Me puse a su lado para averiguar qué era lo que tanto le intrigaba. Enderezó la cabeza, la giró para mirarme con esos ojos que tiene para beberse el mundo y me dijo: «¡Qué circo más raro!». Sofoqué una carcajada y le corregí: «No, José, no es un circo, sino las elecciones municipales».

Es natural que se equivoque. Primero, porque en las últimas locales tendría unos tres años, y los niños, mientras son niños, olvidan con voracidad. Segundo, porque a menudo vienen circos al pueblo. Circos reguleras. Desde que en lugar de un tigre tienen a un hombre disfrazado de tigre, han perdido bastante interés. Sin embargo, los niños, mientras son niños, no son nada exigentes. Los circos lo saben y lo que se ahorran en darle de comer al tigre, lo invierten en publicidad: empapelan el pueblo, reparten descuentos a la salida de los colegios y pasean una furgoneta que anuncia, en la cuerda floja de los derechos de autor, El magnífico espectáculo de la patrulla perruna o Las trepidantes aventuras de Eladio Bros.

El problema, por tanto, no era la lógica equivocación, sino la pregunta que sin remedio vendría a reglón seguido: «¿Qué son las elecciones municipales, papá?». Ni con lo de hacer bebés, ni con la muerte, ni con la Trinidad, ni siquiera con la Inmaculada Concepción me vi en tal aprieto, y eso que mi Manuel, amante de los silogismos, nos preguntó un día por qué llamábamos Madre a María cuando resulta que, como madre de Dios, sería más bien nuestra abuela. Todo facilísimo en comparación con el funcionamiento y finalidad de la política, más aún de la política municipal.

Habría tenido su gracia imitar a Pepe Isbert («¡Vecinos de Villar del Río, como alcalde vuestro que soy…!»), pero no lo hice porque ni los niños cogen las referencias ni yo soy partidario de las explicaciones chapuceras para salir del paso. Cada vez que me asaltan con alguna pregunta comprometida o demasiado compleja, procuro no rebajarles la cuestión ni mentir en el intento de simplificar. Así, cuando me preguntaron el porqué de la noche, no les dije que el sol se había ido a dormir. Me detuve y, echando mano de un par de canicas, les instruí sobre la rotación de la tierra. Muchas veces no me entienden, pero con ello les inculco que todo tiene una razón, aunque no todas las razones puedan ser entendidas. También podría reconocer a veces mi ignorancia, pero no lo haré. Estoy esperando, cargándome de infalibilidad a la espera de que ellos mismos empiecen a despojarme de ella.

«Pero, papá ―me insiste José María, aún a la espera de respuesta―, ¿qué son las elecciones municipales?». Debería decirle que de la política, en especial de la local, más vale no hablar mucho, salvo que vivas de ella; decirle que en un pueblo los caminos son muy cortos y de ida y vuelta, y que todos somos arrieritos. Debería decírselo, pero en lugar de eso le pregunto si no le apetece más hablar de la Inmaculada Concepción.