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Animal de AzoteaJosé María Contreras Espuny

Kardashian de pacotilla

Esta forma de luchar contra la decrepitud, aunque inútil, es comprensible, pues donde abunda la desesperación, se habrá de menguar el juicio

La vejez es mala, pero la cirugía es peor. Cirugía, retoques, bótox… lo que sea que se hace la gente y que les deja la piel brillante, cerosa y tensa como el parche de un tambor. También suelen ensañarse con las mejillas, a partir de entonces repentinas, amenazantes. O con los labios, que se vuelven desmesurados e incongruentes, y que uno intuye tan insípidos como frutas transgénicas. Cosas se hacen cosas, y el resultado es un rostro abocetado, un retrato mediocre de una persona que un día llevó una cara que se parecía a esta. Solo que esta es peor, más chapucera.

La vejez, insisto, es atroz, así que todo lo que sea retrasarla o mitigarla me parece estupendo. Sin embargo, el único método que se ha demostrado efectivo hasta ahora es pactar con el diablo; algo que, por supuesto, no recomendaré, ya que conservar la lozanía está bien, pero conservar el alma está aún mejor. Todo lo demás, todas las técnicas de la medicina estética, resultan francamente perfectibles. Dicen conservar la juventud cuando lo que logran, al menos a la vista de sus resultados más llamativos, es un embalsamamiento en vida. Por tanto, a día de hoy y sin cerrarse la puerta de la salvación, la única alternativa a la vejez es el esperpento.

Ahora bien, esta forma de luchar contra la decrepitud, aunque inútil, es comprensible, disculpable, pues donde abunda la desesperación, se habrá de menguar el juicio. El problema es que cada vez son más jóvenes quienes se someten a este tipo de intervenciones. La medicina estética rara vez ha conseguido amortiguar los estragos de la edad, pero está demostrando ser muy hábil a la hora de sofocar los encantos de la juventud. He aquí su logro indiscutible: hacer que las jóvenes parezcan mayores y que las mayores parezcan abotargadas. Y utilizo el femenino porque nueve de cada diez personas que recurren a estas técnicas son mujeres. A no ser que hablemos, claro está, de las reforestaciones turcas.

¿Qué hace que una mujer con veintipocos se retoque? En muchos casos un complejo, y ahí no voy a entrar; aunque diré, porque callármelo no puedo, que hay complejos que han arrasado con narices majestuosas, narices sin las cuales el mundo es un poco más pobre. No obstante, en otros casos, las jóvenes se pinchan para aspirar a un modelo bastante vulgar, el modelo turgente, kardashiniano, el que abunda entre la carnaza de Telecinco. La mujer ahogada en la exacerbación de sus rasgos más femeninos. Una mujer tan mujereada que se vuelve mujer de pacotilla. Y resulta curioso que mientras hacen las muñecas hinchables cada vez más parecidas a las mujeres de carne y hueso, muchas mujeres están haciendo todo lo posible para asemejarse a muñecas hinchables. Se encontrarán a mitad de camino.

Si la tendencia se recrudece, acabaremos por añorar los tiempos en los que la gente se parecía a sí misma, en los que cada rostro era un mundo particular, imperfecto, habitable. Echaremos de menos cuando se gesticulaba, cuando los gestos se marcaban, se ahondaban y de algún modo nos escribían. Ahora, es cierto, llega un día en que de repente nos encontramos con nuestros padres en el espejo, pero eso nos resultará preferible a que nuestro reflejo sea el de una Kardashian de saldo o el de alguien con el pellejo tan arremetido como Tom Cruise. Acabaremos añorando la fealdad y la vejez.