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Matilde Latorre de Silva

La enfermedad, mi gran acto de fe

La esperanza es la virtud que nos hace confiar en las promesas de Dios, en su amor infinito y en su plan salvífico. La esperanza nos hace mirar más allá de las circunstancias presentes y nos hace aspirar a los bienes eternos

Hace días que tres palabras rondan por mi cabeza, enfermedad, fe y esperanza, sueltas cada una de ellas las podemos encajar en mil frases, pero y ¿si las unimos? Si las unimos, estaríamos iniciando un camino doloroso, el de la enfermedad que acompañado de la fe es mucho más llevadero y nos lleva con esperanza a la meta que Dios tenga pensado para nuestra vida.

La enfermedad es una realidad que nos afecta a todos en algún momento de nuestra vida. Ya sea por una dolencia crónica, una enfermedad grave o una simple gripe, el sufrimiento físico y emocional que conlleva puede poner a prueba nuestra fe y nuestra confianza en Dios.

Sin embargo, la enfermedad también puede ser una oportunidad para crecer espiritualmente, para acercarnos más a Dios y a los demás, y para descubrir el sentido profundo de nuestra existencia.

La primera reacción ante la enfermedad suele ser la de pedirle a Dios que nos cure, que nos quite el sufrimiento, que nos haga un milagro. Y está bien hacerlo, porque Dios es nuestro Padre y quiere lo mejor para nosotros. Él puede sanarnos si así lo quiere, y debemos confiar en su poder y en su bondad.

La Biblia nos dice que «la paz de Dios que supera a todo pensamiento» nos ayudará a mantener a raya la ansiedad y nos dará las fuerzas necesarias para seguir adelante, (Filipenses 4, 6-7).

Aunque la enfermedad sea muy dura, no debemos dejarnos vencer por el pesimismo, la tristeza o la desesperación. Al contrario, debemos mantener una actitud positiva, buscando el lado bueno de las cosas, agradeciendo lo que tenemos y lo que podemos hacer, y esperando con ilusión el futuro.

La Biblia nos dice que «la prueba produce paciencia; la paciencia produce virtud probada; la virtud probada produce esperanza; y la esperanza no defrauda», (Romanos 5, 3-5).

La esperanza es la virtud que nos hace confiar en las promesas de Dios, en su amor infinito y en su plan salvífico. La esperanza nos hace mirar más allá de las circunstancias presentes y nos hace aspirar a los bienes eternos.

La Biblia nos dice que «esta esperanza no falla, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado», (Romanos 5, 5).

La enfermedad puede hacernos sentir solos, incomprendidos, aislados. Por eso, es importante buscar el apoyo de la comunidad, de la familia, de los amigos, de la Iglesia, de las personas que nos quieren y que nos pueden ayudar.

La Biblia nos dice que «lleven las cargas los unos de los otros, y así cumplirán la ley de Cristo», (Gálatas 6, 2).

La enfermedad es una realidad difícil de afrontar, pero no imposible. Con la ayuda de Dios, podemos enfrentarnos a ella con fe, con esperanza y con amor. No estamos solos en este camino y la enfermedad es un gran acto de fe, dejarse hacer, aceptar la voluntad de Dios y sentir la libertad del que confía.