El dios del verano para ricos y pobres
No existe otro deseo ni otro destino que el de llegar, algún día, al esperado descanso imaginado
Aunque personalmente no lo soporto, porque soy más de otoños y primaveras, ya está aquí el caluroso tiempo del verano y del dulce no hacer nada más que aletargar la memoria, bajo la cadencia líquida de un oleaje. Todas las almas, excepto la mía, parecen anhelar ya ese momento de descanso cada vez más difuso en los calendarios laborales y en las breves escapadas de puente que, en ocasiones, nos podemos permitir.
Es el verano, el idolatrado verano con su épica luminosa de pasado familiar más sencillo, el que se lleva la palma de los ensueños vacacionales. El verano sagrado como un dios de mediterráneas maneras que deslumbra a los creyentes con su advenimiento solar y añil, sus barquitos blancos allá, en el horizonte, y sus atardeceres de fuego en el mismo paseo marítimo, donde alguna vez todos nos hemos perdido, agarrados a un pringoso helado de chocolate o a un globo que después se va y se va, entre lloros y quejas...
Toda plenitud parece reducirse a la fugaz venida de ese dios devorador de oscuridades, tan ansiado en los pensamientos con los que tratamos de huir del ruido y de las personas desagradables. Y sin embargo, para mucha gente, la luz que proyecta ese dios sobre las largas sobremesas bajo la sombrilla, solo alarga más las sombras de los recuerdos, de los problemas y de las ausencias. Ausencias de personas. Ausencias de vacaciones. Ausencias de trabajo. Ausencias de paz. Ausencias de salud. Ausencias de amor. Y así, el rostro amable de las azafatas, de los camareros, de los enfermeros, o del servicio de limpieza en los hoteles, puede llegar a tornarse en fantasmal demonio del mediodía que quema con sus malos pensamientos cualquier anhelo de serenidad.
Para toda esa gente que no encontrará su descanso porque lleva el infierno bien planchado y ordenado en las maletas. Para toda esa gente que tratará de curarse en algún hospital. Para toda esa gente que tratará de encontrar un lugar mejor. Para toda esa gente que tratará de huir hacia las fronteras y las costas con el pensamiento extenuado antes de llegar a su destino. Para toda esa gente que atraviesa las carreteras, los cielos y los mares bajo un sol de injusticia y aburrimiento, en velero o en patera, vayan escritas estas toscas palabras.
Toscas palabras que nada pueden hacer contra la fugaz eternidad de julio y de agosto, y que nada pueden hacer contra la indiferencia ante esos extraños seres de otro mundo que se nos acercan a vendernos algún collar. Porque en definitiva, tanto para los ricos como para los pobres, para los banqueros como para los emigrantes, tanto para los sanos como para los enfermos no existe otro deseo ni otro destino que el de llegar, algún día, quién sabe cuándo, al esperado descanso imaginado, sin fatiga, sin hastío, sin guerras ni enfermedades y, sobre todo, sin olvido ni muerte. No nos olvidemos. Tarde o temprano, llegará septiembre para hacer las cuentas de lo bebido.