Grandes conversiones de la historia
Pablo de Tarso: la caída del caballo que hizo de un romano un soldado de Cristo
Escuchó una voz que le decía: «¿Por qué me persigues?». Saulo respondió: «¿quién eres, Señor?». Dijo: «Soy Jesús, a quien tu persigues»
Iba Saulo, nacido en Tarso de Cilicia, camino de Damasco a lomos de su caballo. Su misión era sencilla. Le habían encomendado encarcelar a todos los cristianos que se encontrara en la ciudad. Cuando llegó a las puertas, una luz lo cegó; tenía tanta fuerza que cayó al suelo –hay quien afirma que de un caballo, y así ha calado en las interpretaciones artísticas–.
En ese momento, escuchó una voz que le decía: «¿Por qué me persigues?». Saulo respondió: «¿quién eres, Señor?». Dijo: «Soy Jesús, a quien tu persigues». El Hijo de Dios le indicó además que entrara en la ciudad y allí se le diría qué hacer. Pero Pablo no veía nada, pasó tres días ciego y sin comer en casa de Judas. Según se cuenta en los Hechos de los Apóstoles, Ananías fue a visitarle y le dijo: «Saúl, hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino, me ha enviado para que recuperes la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». Colocó sus manos sobre la cabeza de Pablo y sus ojos volvieron a ver.
Tres días de ceguera
Este encuentro inesperado cambió por completo su vida. Él iba a perseguir y a encarcelar a los cristianos y el mismo Cristo le llamó para unirse a ellos. Ananías le bautizó y desde aquel momento comenzó a anunciar el Evangelio. Pablo era de origen judío, concretamente fariseo, los más estrictos. La persecución contra los primeros seguidores de Jesús era para ellos un servicio necesario para conservar la fidelidad a la observancia de la ley de Moisés. Después de expulsar a los cristianos de Jerusalén, se fue a por ellos a Damasco, pero Dios tenía reservado otro plan para él.
Pablo mismo, en su primera carta a los corintios, habla de este episodio como una «visión», una «aparición» o una «revelación». Hay algunos detalles que no son claros y que el relato del corpus paulino y de los Hechos de los Apóstoles no permite dilucidar, por ejemplo, si quienes acompañaban a Saulo aquel día quedaron de pie o también cayeron o si oyeron o no la voz de Jesús, aunque todos los relatos coinciden en lo que le dijo.
Cuatro viajes misioneros
Hasta entonces, y según él mismo cuenta en sus cartas, se había dedicado a «perseguir encarnizadamente» y a «asolar» con «celo» a la Iglesia. Pero en Damasco, todo cambió: comenzó a predicar a Jesús en las sinagogas. Cuando volvió a Jerusalén para reunirse con Pedro y los demás apóstoles, necesitó ganarse la credibilidad de los cristianos, a quien tanto había castigado, y superar que ahora fuera él el perseguido por los judíos, que le consideraban un traidor.
Su ministerio le llevó de nuevo a la zona de la actual Turquía: Antioquía, después Chipre, Asía Menor, Grecia, Macedonia, Éfeso e Italia; divididos en cuatro viajes misioneros. Quién le iba a decir a Saulo, a lomos de su caballo camino de Damasco, que sería el que acabaría siendo detenido en Jerusalén y llevado a Roma, donde daría la vida por Cristo.