Fundado en 1910
Ángel Barahona

Los abusos sexuales en la Iglesia

La Iglesia es el chivo expiatorio de una sociedad dividida y en crisis permanente. La expiación es un tema perenne en la historia de la humanidad. Asemejarnos a Cristo para cargar con los pecados de aquellos que se han escudado en la Iglesia, en la escuela, en los lazos familiares, en las estructuras de poder, para abusar

Le llaman el Defensor del Pueblo, debería decirse de El País. En su supuesta investigación acerca de los abusos sexuales de la Iglesia me gustaría hacer una serie de observaciones. Ciertamente han asumido sobre sus espaldas una causa noble: buscan que se haga justicia a las víctimas de abusos en la Iglesia española. No tengo nada que decir sobre la nobleza de la investigación en sí misma, que coincide con la iniciativa del mismo Papa Francisco y de la propia conferencia episcopal. No hay institución en el mundo que haga lo mismo. En lo que sí hay algo que decir es en la ética del proceso mediático al que están sometiendo a la iglesia y del manejo tendencioso de los datos.

Se supone que la fiabilidad de la información, que da credibilidad a un informe, es la objetividad, el cuidado exquisito de que los datos sean veraces y que no se sesgue intencionalmente en sentido ideológico la evaluación del resultado.

Todas estas condiciones han sido violadas. Su obsesión por la justicia debería incluir en la investigación todos los casos, para saber que lo de la iglesia es un episodio importante, que hay que denunciar, pero ni mucho menos el más relevante sobre esta pandemia humana que es la pederastia. El informe de la fundación ANAR, oenegé que nada tiene que ver con la Iglesia, solo el 0,2 % de estos delitos se les imputan a sacerdotes. Mientras que no se dice nada del 99,98 % del resto que se distribuyen entre familiares, allegados, amigos y profesores… No pretendería justificar nada cargando las tintas sobre otros que, por otra parte, no exonerarían la culpabilidad de los eclesiásticos. Sólo trato de poner en evidencia el sesgo ideológico y tendencioso del manejo que el Gobierno y algunos medios, con cualquier ocasión, esgrimen contra la Iglesia.

El presidente de la Conferencia Episcopal Española asegura que esos pocos episodios les llenan «de dolor y de vergüenza» y que, por ello, su política de actuación es que los hechos sean esclarecidos, pero una investigación seria debe estar encaminada a «personalizar la situación» y a «hablar de víctimas y agresores concretos» y no lanzar una condena indiscriminada de toda la iglesia.

Pero la explicación real de este asunto va por otro lado. La Iglesia es el chivo expiatorio de una sociedad dividida y en crisis permanente. La expiación es un tema perenne en la historia de la humanidad. Asemejarnos a Cristo para cargar con los pecados de aquellos que se han escudado en la Iglesia, en la escuela, en los lazos familiares, en las estructuras de poder, para abusar. Si alguien paga por esos pecados, expía, es sacrificado por y para que la comunidad restaure su precario orden social.

La sociedad carga contra sus víctimas elegidas sin causa una y otra vez. La expulsión de la Iglesia y su persecución sistemática traen cierta unanimidad entre partidos/enemigos que se odian, cierta descarga del dolor de los resentidos, cierta catarsis tan necesaria en los tiempos de rabia y dolor que nos abruman. A la vez logran desviar la atención sobre temas que pondrían el foco sobre los verdugos, los que ahora gobiernan, que haría que fueran ellos los acusados de otros crímenes cualesquiera. Estos necesitan señalar a otros culpables.

Los abusadores son las víctimas a las que se acusa de soliviantar el orden social con sus crímenes nefandos, que lo son, nadie los justifica. Como siempre en la historia, pero lo que vemos es una cascada de chivos expiatorios llevados al cadalso de la opinión pública para desviar la atención. El problema es que no solo, explícitamente se incluye a toda la Iglesia en la carga de la culpa de los pecados de unos pocos. No sirve de nada reivindicar la suma ingente de bienes que aportan los otros miembros de la iglesia que no son pederastas. El escándalo es libre y selectivo, y de perversas intenciones.

Dicho lo cual, cuando los Pilato y Caifás de turno irrumpen en nuestra vida es hora de escuchar la Palabra de Dios encerrada en estos eventos, y entender y calcular lo que nos espera: un tsunami viene a nuestro encuentro. Es bueno que alguien muera por todos. El relato evangélico, actualizado en cada generación, espera hacerse carne en nosotros para que completemos la pasión de Cristo y podamos ofrecernos como víctimas (lo cual tiene una clara connotación sacrificial) por la salvación de cada hombre. La misma palabra que tuvo que cumplirse en Jesús debe cumplirse en nosotros.

Somos el fruto de su acción salvadora, cada una de nuestras células tiene que ser bañada en su bendita sangre. Desparramados en pecados, disipados en vicios, con vidas rutinarias sin más sentido que la supervivencia, hemos sido redimidos por su amor, por su vida entregada por todos nosotros. Morir por –hipér-, este es el primer y último significado de nuestra vida, el valor que la sostiene y la hace fructífera. Morir por los verdugos que acusan a los abusadores, por los propios abusadores y sus víctimas abusadas. Ser incluidos (la Iglesia toda) en la categoría de sospechosos de culpabilidad siendo inocentes. Juan nos invita a través de Caifás a considerar, a reconocer en las injusticias que nos asolan, en el mal que nos imputan sin tener nada que ve con los abusos, la voluntad de Dios preparada para que nuestra vida dé fruto.

La ofrenda (entrega) de Cristo, en su entrega (sacrificio) a todos los hombres, en el cumplimiento misterioso de este amor a través de los siglos en los mártires conocidos y desconocidos, en las heridas del Cuerpo de la Iglesia de Cristo que está cargando con el pecado del mundo, en la lista interminable de los que han sido tratados como corderos y de aquellos que discreta y silenciosamente llevan los estigmas del Siervo de YHWH, cada dolor inocente encuentra su significado. Los abusados y los abusadores, e incluso los falsarios (fariseos posmodernos) acusadores que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga que tienen en el suyo, solo son salvados por Cristo.