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Martín EchavarríaJosé María Visiers

Martín Echavarría, psicólogo: «Se habla mucho de educar en valores para no decir en qué valores se educa»

El psicólogo y profesor de la UAO CEU defiende en ‘El Efecto Avestruz’ la vigencia de la ética clásica y la riqueza de recuperar las categorías de «virtud» y «vicio»

Martín Echavarría es psicólogo, filósofo y decano de la Facultad de Psicología de la Universitat Abat Oliba CEU, en Barcelona. Es, también, el protagonista del nuevo episodio de El Efecto Avestruz, el programa de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), en el que reflexiona sobre la ambigüedad ética de los «valores» y la riqueza de recuperar la categoría de «virtud».

–Hoy se habla mucho de «educar en valores»...

–Sí, y muchas veces se hace para no decir cuáles son los valores en los que se educa. Es decir, ¿qué idea de bien y de mal tiene la persona que está hablando? No se puede educar en otra cosa que no sea en valores, en un discernimiento de lo que es el bien y el mal… El tema es cuáles son esos valores: los cristianos, los comunistas, los de una cultura oriental, etcétera.

–¿Es lo mismo hablar de valores que de virtudes?

–En la ética clásica se habla del bien y del mal, y la palabra «valor» –que aparece a partir del siglo XX– viene a abarcar ambos: hay valores positivos y valores negativos. Pero en la concepción clásica, la de Aristóteles y santo Tomás de Aquino, las virtudes son disposiciones interiores hacia el bien. Lo indica su etimología: virtud viene de la palabra latina vis, «fuerza». Las virtudes son fortalezas del carácter. Y distinguimos entre virtudes intelectuales y virtudes éticas, que son las que nos hacen ser buenas personas. Desde la Antigüedad se habla de cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

–¿Lo contrario a las virtudes, pues, serían los vicios?

–Un vicio es un defecto –santo Tomás hablaba del «vicio» de una silla cuando está mal construida–, y puede darse en el terreno de cualquier virtud. En el caso de las cardenales, encontraríamos la imprudencia, la injusticia o la debilidad, pero la clasificación de los vicios no necesariamente ha de ir pareja a las virtudes. Un vicio, además, no es un acto puntual, sino una inclinación, un modo de ser.

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–El objetivo, por tanto, sería contar con un carácter que tienda más a la virtud que al vicio…

–Aristóteles sostiene que las virtudes y los vicios dependen, básicamente de la acción, aunque haya gente naturalmente inclinada a una cosa u otra. Pero virtudes y vicios se adquieren y modifican por la acción: quien tiene un vicio podría adquirir una virtud obrando en dirección contraria, y viceversa. Pero el filósofo decía también que una golondrina no hace verano: adquirir virtudes supone un tiempo y un trabajo.

–Volviendo al principio, en ámbitos académicos hoy se habla poco de estos conceptos, al menos entendidos así. ¿Tiene sentido recuperarlos?

–Lo importante no son las palabras, sino lo que significan, pero mantener el uso de las palabras «virtud» y «vicio» tiene la riqueza de poder conectar con la tradición, con todo lo escrito y experimentado sobre esto en la Iglesia, en Aristóteles, en Cicerón o en Séneca. Cambiar las palabras hace que muchas veces estemos descubriendo América… ¡Cuando esta ya fue descubierta hace 500 años! Por otro lado, la palabra «virtud» tiene más actualidad de lo que parece.

–¿En qué ámbitos?

–En el de la educación, como decíamos: el fin de la educación es el desarrollo humano integral, y a esto en términos clásicos se le llama virtud. Hay una investigación ampliamente desarrollada sobre esto en universidades como Oxford o Birmingham. También en la empresa: hay problemas laborales de las generaciones actuales que se solucionarían desarrollando las virtudes: las dificultades para cumplir con el trabajo, para ser puntuales, para trabajar en equipo o cumplir la palabra dada… También en el campo de la psicología: desde hace 20 años se está desarrollando la corriente de la psicología positiva, cuyo principal referente es Martin Seligman, que se ha dedicado al estudio de las virtudes para lograr un ideal humano de madurez psicológica. Un DSM de la madurez, como dice él.