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TribunaJacobo Negueruela

El nuevo ateísmo

Quizás lo más interesante de este nuevo ateísmo no sea su manera de enfrentarse a la existencia o inexistencia de Dios (en este campo no han dicho nada que no hubieran dicho ya biólogos darwinistas y psicoanalistas hace mucho tiempo) sino el hecho de cargar las tintas sobre la inmoralidad de la religión en general y del cristianismo en particular

Hace unos años llegó desde EE.UU. y Canadá –qué país tan desconcertante Canadá– un movimiento intelectual llamado nuevo ateísmo. Algunos de sus autores más conocidos fueron Richard Dawkins, Christopher Hitchens, Daniel Denet, Sam Harris y otros.

Lo cierto es que había poco de nuevo en sus críticas, mezclando acríticamente (ellos que pretendían ser tan críticos e inteligentes) el islam con el cristianismo y el judaísmo –¡cómo si coincidieran en algo!–, las sectas con las religiones, o hablando más de sus fobias religiosas que de cualquier cosa que un creyente pudiera reconocer como su propia fe. Igualmente, apoyados en la psicología, la física, la química o la neurología, mezclaban en un totum revolutum argumentos de aquí y de allá, justificaciones, prejuicios propios de su ciencia o de su conciencia y anécdotas elevadas a la categoría de verdades universales.

Quizás lo más interesante de este nuevo ateísmo no sea su manera de enfrentarse a la existencia o inexistencia de Dios (en este campo no han dicho nada que no hubieran dicho ya biólogos darwinistas y psicoanalistas hace mucho tiempo) sino el hecho de cargar las tintas sobre la inmoralidad de la religión en general y del cristianismo en particular. En cuanto a la religión en general, estos autores, suelen afirmar que la propia idea de Dios es monstruosa, porque implica un orden totalitario en el que un ser superior marca lo que podemos y lo que no podemos hacer, limitando así nuestra libertad de manera absoluta e imponiéndonos, como si fuera un Stalin definitivo, un infierno aeternum si no nos doblegamos a él (vamos algo que ya había dicho Nietzsche hace más de un siglo).

Igualmente, la creencia en ese infierno por parte de Jesús le hace moralmente incapaz de ser un guía de la humanidad, ya que una idea tan repugnante como el infierno, evidentemente, descalifica a cualquiera moralmente (nada diferente había dicho Bertrand Russell en su libro Por qué no soy cristiano).

Por tanto, Dios es un enemigo del hombre y Cristo es cómplice de estas terribles ideas del infierno y de la necesidad de someter nuestra libertad a Dios. En el islam ocurre lo mismo, sólo que además sus adeptos querrían imponer esa sumisión a Dios ya aquí, en la tierra, y por la espada. Igualmente, los valores éticos del cristianismo (y esto es lo esencial) son repugnantes en sí mismos, no porque esté mal ayudar al prójimo, sino porque los creyentes afirman que estos valores provienen de Dios, reflejan el ser de Dios, no se puede disentir de ellos y son los que están marcados en la Biblia, el Corán o cualquier otro libro sagrado, de modo que son inamovibles. Como todos estos autores han hecho de la libertad humana, entendida como autonomía personal, su dios, su tótem, la única realidad radical inapelable, cualquier limitación de ella es inmediatamente el máximo delito. El aborto, el divorcio, la eutanasia y cualquier otra práctica moral que no entre en conflicto con la ley debe de ser aprobada y promovida como expresión de libertad y autonomía del individuo.

Evidentemente estos autores parten del hombre para llegar al hombre, sin reflexionar más que en su derecho propio, su placer, y la necesidad de que nada ni nadie interfiera en ello. Se podría incluso generar una ética de consenso, pero siempre basada en la libertad individual de la persona, abierta a la revisión de las circunstancias y con el hedonismo como criterio esencial. Una moral razonable, de mínimos, que retóricamente se dice que es la verdadera ética y moral humanas, una especie de «nuevo estoicismo» pero que revela siempre sus verdaderos orígenes en la autonomía, lo más absoluta posible, del individuo. Vamos la vieja propuesta ética de la masonería desde hace muchos siglos ya, nada nuevo.

Eso sí, estén ustedes atentos a oír llamar a Jesús machista, antiecologista, tránsfobo, racista y cualquier otra cosa que en cada momento pueda servir como palanca útil para acabar con aquella repugnante superstición semítica que llamamos cristianismo.

Estos autores desconocen el mito cristiano (pero, ¿qué es la religión sin su mito?) es decir, desconocen la historia de la caída de la humanidad en el pecado original, desconocen que su libertad y su mente están cegadas por el mal y el egoísmo, y que Cristo, Dios de Amor, ha venido al mundo a redimir y liberar al ser humano, no ha someterlo. Que esto se trata de un encuentro de amor y servicio de Dios al hombre y del hombre a Dios, de entrega mutua y total, de elevación del ser humano a la Gloria de Dios al mismo tiempo que de abajamiento de Dios a la condición de hombre para rescatar al hombre, y que el pecado que gana el infierno no es sino el rechazo a esta entrega de amor de Dios y al prójimo. Esto, obviamente, el nuevo ateísmo, ni lo huele, están demasiados entretenidos creando la primera sociedad racionalista de la historia humana.